jueves, 18 de diciembre de 2008

Las Fábricas de Asnos.

En el instituto de mi hijo ayer, 17 de diciembre, fue el "día de pellas". Un día en el que se permite que los alumnos y alumnas ronden fumando canutos por los alrededores del centro o no aparezcan por allí. Algunos profesores y profesoras acudieron al centro.
Ya en septiembre llamamos para preguntar cuándo empezarían las clases y sólo nos pudieron dar una fecha aproximada. Empezaron la tercera semana de septiembre.
Hoy van a ir al cine.
Y mañana van dos horitas a que les den las notas los tutores.
No hay puente, pasadizo, vado ni elemento meteorológico que no suponga la suspensión total o parcial de la actividad docente. En total, entre noviembre y diciembre, 26 días lectivos de 34 posibles. Ocho días de clavo, como suena.
Mientras tanto, mi hijo y sus compañeros no entienden nada de biología, por ejemplo. Y no es extraño, porque la biología depende en su nomenclatura del latín y del griego, disciplinas imprescindibles que los modernitos han decidido cargarse en beneficio de las semanas blancas troceadas en puentes diversos y las festividades de San Lápiz Mártir y San Estrés Obispo. Así, por ejemplo, si los chavales supieran que protozoo significa "primer bicho", pseudópodo "pata falsa" o cilio "latiguillo" o "cuerdecilla" no se verían ante la necesidad de memorizar nombres que, a quien no tenga ni idea de su procedencia, les parecen tan extraños como "biribis" o "catuflisma". ¿Se imagina alguien teniendo que saber que "los jorcios se pueden clasificar según su modo de locomoción en remoldillos, cariovíos y jarzuelos"? Pues eso: un sinsentido.
En idiomas no saben las vocales, pero analizan y repiten canciones pop, o aprenden a preguntar cuánto cuesta una hamburguesa. No saben lo que es un verbo auxiliar o un anomalous finite, porque no se les enseña cómo funcionan los idiomas, ni a relacionarlos con el propio, sino a repetir frases y construcciones: lo otro es antiguo. No entienden el genitivo sajón, porque no saben qué demonios es un genitivo. Pero pueden aprobar francés --mi hijo tiene un sobresaliente-- sin saber que el verbo avoir tiene la misma función que el verbo haber. Y todo eso porque hay métodos "naturalistas" para enseñar idiomas, frente a los muy esforzados sistemas antiguos de analizar los fundamentos de la gramática y memorizar las irregularidades, las normas y las excepciones.
Porque esa es otra: la memoria, en lugar de ser una herramienta cerebral a nuestra disposición gracias al trabajo de nuestros genes durante millones de años, es ahora un enemigo al que ni se nombra, como al malo de Harry Potter. No se trata de memorizar listas absurdas, ni de hacer de la memoria un instrumento de anulación de la crítica y la construcción progresiva del aprendizaje. Pero usarla para lo que sirve tampoco es tan malo. Hay cosas para las que ejercitar la memoria es imprescindible, como las definiciones o los nombres de las cosas, por ejemplo, o para situar eventos históricos que organicen el follón de fechas y épocas que tienen los niños en sus derretidos cerebros.
Y creo que todo está en función de una estupidez ideológica posmoderna que me escama y me atemoriza a la vez: la facilitación del aprendizaje y del recorrido académico. Y yo me pregunto por qué demonios tiene que ser fácil. El aprendizaje, como todo trabajo, tiene que requerir esfuerzo. Claro que se puede hacer de la docencia algo divertido --se puede explicar la inflación del universo y la curvatura gravitatoria del espacio euclidiano con un globo, o los eclipses con una linterna y tres bolas de papel de periódico--, relacionar lo que se aprende con la vida misma, intrigar, fascinar, mover a la curiosidad --es mejor enseñar las leyes de probabilidad para rellenar quinielas o no tirar el dinero jugando a la primitiva-- y fascinar con detalles y anécdotas sobre la historia --se les puede contar que César Augusto escribía con faltas de ortografía a propósito, porque decía que había que escribir como se pronuncia, y que sus textos autógrafos se parecían a los que ellos escriben en los móviles--. Pero para eso se necesita una enorme cantidad de trabajo previo del docente y me huele que los tiros van precisamente por ahí. Quiero decir que sospecho que el sistema se ha construido, no para facilitar la tarea de los alumnos, sino para ahorrar trabajo a los docentes.
En tiempos del baby-boom podía uno entender que la mayoría de los maestros se atuvieran a sistemas arcáicos de enseñanza y de disciplina: tenían que lidiar con más de cuarenta monstruitos en un aula. En la clase de mi hijo ahora son 18. ¡¡¡18!!! Y sus profesores y profesoras no son capaces de ir más allá de dictar apuntes y hacer exámenes donde hay que rellenar la palabra que falta.
En fin, menos de 30 alumnos y un calendario laboral real con unos 200 días festivos y siguen produciendo asnos sin interés, sin espíritu crítico ni curiosidad. Misterios de la vida.
P.S.: Lo de los padres y madres también tiene tela. Pero eso, para otro día. Cuando pasen estas tres semanillas de vacaciones académicas durante las cuales maestros y maestras podrán concliar y estar con sus hijos sin movilizar canguros, abuelas, cuñados o guarderías de emergencia.
Otra P.S.: sigue estando prohibido llevar al instituto un ordenador portátil. Curioso. Me pregunto si en grecia, los que tenían tablilla de cera no podían llevarla porque había que utilizar el barro húmedo "de toda la vida". Es para partirse.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Lo Falso y lo Político.

El Friki-Milenio es una mina para sugerir reflexiones, lo que demuestra que de casi todo se puede aprender, o sobre casi todo se puede reflexionar, si uno está dispuesto a ello. Ayer no hubo más fantasmas que el presentador y su mago de la informática, pero trataron un asuntillo espinoso e interesante: el de la falsificación de los "hallazgos" arqueológicos de Iruña de Veleia.
Tampoco hay que rasgarse mucho las vestiduras, porque ya Augusto César, Octaviano antes de tener al Ejército detrás, ya falsificó, enmendó y ocultó, según el caso, los Libros Sibilinos. No hablemos de las falsificaciones, tachaduras y omisiones de algunos de los primeros Padres de la Iglesia, el jaleo que se montó con la Donación de Constantino, o la pasta que, antes de ser descubierto, hizo cierto artista israelí a cuenta de una tabla de basalto falsamente atribuída al reinado del legendario Salomón, entre otras piezas, hace sólo un par de años. Por no hablar, a menor pero más extensa escala, de documentos acreditativos de noblezas, hidalguías y limpiezas de sangre. El trasfondo es muy sencillo: el que paga, manda, y viceversa.
La arqueología, en estos tiempos y en los antiguos, es un terreno muy sensible política y socialmente hablando. Es la disciplina que más puede tocar los escrotillos de cualquiera y que más puede beneficiar a quienes tratan de justificar lo injustificable.
Los escrotos más sensibles son los nacionalistas --hablo de todos los nacionalismos, también del español--: se hinchan con suma facilidad por la tendencia de los dueños a barrer para casa. Esto lo vió Augusto César, y Himmler, y Napoleón, y Mussolini, y nuestro Paquito... Pero también esos cultísimos muchachos que quieren una Euzkadi de pastores y agricultores sin AVEs que les espanten su bucólico y pastoril país. [Nota al margen: todos los nacionalismos, curiosamente, tienen nostalgia de un idílico y rural pasado, lleno de prados verdes y florecillas y pastoras complacientes. Sus utopías siempre miran atrás. Por eso me parece inconcebible que alguien de izquierda sea nacionalista].
Como los nacionalismos suelen ser muy religiosos, además, buscan pruebas de la existencia real de los protagonistas de sus mitos, pero con cuidado, no vaya a ser que no nos guste el resultado. Así por ejemplo, es difícil admitir, para un israelita, que el monoteísmo hebreo bebiese en su origen de una corriente procedente de exiliados de Tell-el Amarna, porque entonces los egipcios reivindicarían lo que no deben. Y para nosotros también es mejor, porque la costumbre oriental de solucionar las cosas entregando al enemigo al juicio de la divinidad mediante baños de sangre ha pervivido durante milenios.
Instrumentalizar el hallazgo arqueológico es un arma muy poderosa y muy antigua. La esposa de Constantino --que debo recordar que se convirtió al cristianismo en su lecho de muerte-- montó una expedición a Jerusalén para traer un trozo de la vera cruz, es decir, la del madero donde colgaron al desdichado líder de sus cada vez más extraños súbditos. Ella inauguró el tráfico político de reliquias sobre las que juraban, se coronaban o se avalaban los tesoros reales las monarquías y los principados de toda la Cristiandad hasta la Edad Moderna. Un chiste ya clásico decía que en cierta iglesia se podían contemplar los cráneos de San Juan Bautista a los 12, a los 20 y a los 33 años. Chiste moderno que tiene su remedo en muchas fuentes medievales del siglo XIV, en el que los primeros científicos nominalistas ya se mofaban de la profusión de dientes, huesecillos y otros despojos pertenecientes a santos y mártires.
Que ahora haya sujetos que quieran dar patente de verdad a sus bucólicas fantasías del origen no es más que la prolongación de esa inercia de los que pagan para justificar que no mandan sólo por eso. Pero brindemos por los arqueólogos. Al menos ellos tientan escrotos, que es de lo que se trata.
Vamos, digo yo.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

La Simplicidad y la Evidencia.

El otro día, cuando estaba viendo el frikimilenio ví un reportaje sobre una cueva en Cantabria donde, como en el Castillo y en otros lugares, volvían a aparecer esas maravillosas manos pintadas en negativo. El amigo Jiménez, que ve misterio, inquietud y sobresaltos hasta en los chicles pisados al descuido se pasmaba ante estas pinturas rupestres y, junto con sus guías y paleontólogos, indicaba lo irresoluble del misterio de esas manos.
A mí, desde que las ví en la Cueva del Castillo hace muchos años, siempre me parecieron señales de sentido prohibido (debo aclarar a los madrileños que puedan leer este humilde texto que es la roja con la banda blanca y que prohibe el paso a todo el mundo en cierto sentido, no solo a los madrileños, a mala leche). Y digo que siempre entendí el mensaje porque me parecía sencillo: es el gesto que hacemos cuando alguien va a pasar por donde no queremos que pase y, como hijo de guardia, sé que los agentes de movilidad --antes guindillas-- hacen ese gesto como queriendo decir "quietos paraos los caballos, que por aquí no se pasa". Si será fácil y cómodo de usar que hasta los porteros de discoteca lo hacen con el mismo significado.
Luego, como soy inquietillo, recordé que en euskera /mano/ se dice /esku/ o /ezku/. Y mira por donde, /misterio/ tiene la misma raíz: /ezkutuku/, que también significa /secreto/, o /ezkutapen/.
Seguro que no tengo razón y que todo esto es un juego de tiempo libre, más bien de empollón, pero me parecía una solución simple, sencilla y elegante. Y además cuadra, porque en la cueva del Jiménez no he entrado, pero en el Castillo sí, y recuerdo que las manos no estaban precisamente en la entrada de la cueva, sino en algunos de los lugares más recónditos de la gruta.
Mi idea tonta me recordó a la sencillez y la elegancia con la que Robert Graves instaló la Atlántida perdida en Libia, en el lago Tritón. A pesar de que casi todas las indicaciones prehistóricas sobre lo sagrado que hizo este autor inglés se van confirmando una por una, como no era antropólogo ni paleontólogo ni arqueólogo, ni nada-ólogo, pues ni caso. Pero me sigue extrañando que algunos de los que sí son algo-ólogos desprecien los textos míticos sin más análisis que el literario y otros se pongan a buscar la cruz donde colgaron a un personaje cuya existencia histórica está lejos de ser irrefutablemente demostrada, con toda la convicción que da la pasta de Discovery Channel.
Otra de las cosas que me parecen evidentes es que el llamado fenómeno OVNI no debe ser investigado y, si lo es, los resultados no deben publicarse. Ignoro los motivos, pero es muy llamativo que algo que sucede a todo tipo de personas y en todas las tierras y mares del planeta sea ignorado por la comunidad científica en general. Si es un fenómeno, estúdiese. Si es un cuento, demuéstrese. Porque lo que yo vi una vez y lo que han visto amigos míos (entre ellos pilotos y militares) no tiene nada que ver ni con globos sonda, ni con bombarderos secretos ni con explosiones de metano.
Digo todo esto porque vivimos en una cultura que, a base de enrevesarse, tiende a negar lo evidente, lo sencillo, lo que se tiene más a mano. Hace poco se cumplía el aniversario de la muerte de mi padre. Y recordé que vivimos en una cultura que niega la muerte y su evidencia, por motivos que nunca me parecen inocentes.
Se nos vende una especie de inmortalidad si comemos tal o cual alimento (varía según la empresa que pague el estudio), si no fumamos, si no bebemos o si follamos con moderación. Como si no hubiera azar, como si la vida no fuera estúpida y la muerte dolorosa, terrible, final. Quieren hacernos buenos y nos dicen que no nos muramos. Como si pudiéramos elegir.
El día que me firmen un papel diciendo que si no fumo no me muero, lo firmo en seguida: hasta entonces seré un resistente --con cáncer, seguramente--, pero resistente. Y no me vengan con mi calidad de vida futura: primero porque aquélla copa, aquél polvo, aquél pitillo, enriquecieron mi vida como aquél libro, aquélla mirada o aquél solo de Miles Davis. Y mañana me puede atropellar un borracho. No quiero tener ni la muda limpia ni los pulmones rosas.
Que se jodan. Sencillo, ¿verdad?
P.S.: los de mi edad para arriba recordarán cuando se condenó el aceite de oliva como algo insano y terrible frente a las bondades del ¡aceite vegetal! Nadie se preguntó qué bicha ordeñaban para elaborar el aceite de oliva.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Tontos de los Cojones, no. Tontos Integrales.

Siempre he sospechado de quienes se rasgan las vestiduras. Recuerdo a un estúpido escritor de libros en serie que se ganaba la vida "analizando publicidad subliminal", lo que se traducía en muchas horas remuneradas exponiendo cómo veía penes en la sombra de un balcón o la palabra sexo en los juegos de luz de unos cubitos de hielo. Recuerdo aquél censor que vió un incesto donde había un adulterio. Y recuerdo cómo un presidente de gobierno --me disculparán que no lo ponga en mayúsculas: es que me da la risa tonta-- me mintió personalmente a la cara y empleó insultos indecibles a los que apoyábamos el fin de la Guerra de Irak, la retirada de las tropas y la exploración de una solución dialogada al conflicto vasco. Si extendemos el caso a la Comunidad de Madrid, podría verse cómo se rasgan las vestiduras los pseudodemócratas que privatizan lo que les da la gana, que recortan los presupuestos de la Universidad Pública, que con sus acusaciones falsas han destrozado la carrera --y casi la vida-- de unos profesionales de la medicina sin que sus acciones hayan tenido consecuencias, que utilizan la televisión pública de una manera que hubiera avergonzado a Goebbels, que trincaron unas elecciones a cambio de un ladrillazo...
Estos son los que se rasgan las vestiduras porque el Alcalde de Getafe ha dicho que no sabe "cómo hay tanto tonto de los cojones que vota a la derecha". Dejando a un lado la corrección de su expresión, me gustaría matizar dos cosas sobre estas declaraciones:
1. No creo que la estupidez de los que votan a estos sinvergüenzas políticos se limite a los genitales y mucho menos a los que sólo poseen éstos en su variante masculina. El que vota a estos --y estas: empleo el neutro, que en castellano se confunde con el masculino-- filibusteros que cogen lo de todos y se lo dan a unos pocos, a estos que dicen mentiras ante un micrófono negando la realidad, a los que cuando cometen una barbaridad y les pillan responden con el silencio hierático --modo Piqué-- o niegan la evidencia usando la reserva mental --modo Opus--, a estos que creen que todo es suyo y que la democracia confiere la propiedad de lo público... El que vota a esta gente, señor Alcalde, no es tonto de los cojones. Es tonto (o tonta) del todo. Completa y totalmente estúpido/a.
2. No creo que deba usted disculparse sino por las formas, haciendo hincapié en que estaba usted en una reunión con unos vecinos del pueblo. Porque el fondo, señor mío, es intocable. Los rasgadores de vestiduras han deslegitimado a los votantes de izquierda desde julio de 1936 hasta ahora. Ponen a niñatos engominados --que sólo por accidente no se llaman Santiago-- a decir que el Ché era un canalla. Han tratado al Jefe del Estado, a los representantes democráticos de la izquierda y a sus votantes como basura de intercambio. Han utilizado a los muertos del 11 de marzo como excusa para mentir sobre una trama deslegitimadora de las elecciones libres. Han ido a una guerra, señor Alcalde, sin la legitimidad necesaria. Los que les votan, además de ser tontos lo son reos de estulticia, en mi opinión.
La derecha siempre ha tratado de gobernar para ignorantes, para incultos, para ciegos y sordos, para inmóviles, diletantes o mudos --entiendan que son metáforas y no hacen referencia a discapacidad alguna, podríamos llegar. Y ya está bien. En mi opinión, quien vota a la derecha es tonto, coño, pero tonto del todo, sin remisión y sin remedio.
Si no, hagamos la prueba fuera de nuestro pequeño kiosko local. Las grandes empresas del automóvil piden una enorme suma de dólares y anuncian que, unavez recibida esa suma, su primera medida será despedir a 20.000 trabajadores. Y tragamos todos. Ni un editorial sobre el asunto. Ningún analista económico preguntándose qué coche (y qué comida, y qué otros objetos que beneficien a otras empresas) podrán comprar las 20.000 familias, más los cientos de miles sobre las que repercutirán esos despidos. Nada.
Pues si esos 20.000 trabajadores y trabajadoras votasen republicano yo, señor Alcalde, les tomaría por tontos. Y lo harán. No le quepa duda de que lo harán. Porque el número de estúpidos siempre está muy por encima de las estimaciones.
Vamos, digo yo.
P.S.: ha pedido disculpas y eso le honra, señor Alcalde. Ha sido usted más rápido que los políticos y corifeos que llamaron asesino, terrorista y amigo de los terroristas al Secretario General de su partido, a la sazon Presidente del Gobierno y, con ello, a sus votantes.