El otro día, cuando estaba viendo el frikimilenio ví un reportaje sobre una cueva en Cantabria donde, como en el Castillo y en otros lugares, volvían a aparecer esas maravillosas manos pintadas en negativo. El amigo Jiménez, que ve misterio, inquietud y sobresaltos hasta en los chicles pisados al descuido se pasmaba ante estas pinturas rupestres y, junto con sus guías y paleontólogos, indicaba lo irresoluble del misterio de esas manos.
A mí, desde que las ví en la Cueva del Castillo hace muchos años, siempre me parecieron señales de sentido prohibido (debo aclarar a los madrileños que puedan leer este humilde texto que es la roja con la banda blanca y que prohibe el paso a todo el mundo en cierto sentido, no solo a los madrileños, a mala leche). Y digo que siempre entendí el mensaje porque me parecía sencillo: es el gesto que hacemos cuando alguien va a pasar por donde no queremos que pase y, como hijo de guardia, sé que los agentes de movilidad --antes guindillas-- hacen ese gesto como queriendo decir "quietos paraos los caballos, que por aquí no se pasa". Si será fácil y cómodo de usar que hasta los porteros de discoteca lo hacen con el mismo significado.
Luego, como soy inquietillo, recordé que en euskera /mano/ se dice /esku/ o /ezku/. Y mira por donde, /misterio/ tiene la misma raíz: /ezkutuku/, que también significa /secreto/, o /ezkutapen/.
Seguro que no tengo razón y que todo esto es un juego de tiempo libre, más bien de empollón, pero me parecía una solución simple, sencilla y elegante. Y además cuadra, porque en la cueva del Jiménez no he entrado, pero en el Castillo sí, y recuerdo que las manos no estaban precisamente en la entrada de la cueva, sino en algunos de los lugares más recónditos de la gruta.
Mi idea tonta me recordó a la sencillez y la elegancia con la que Robert Graves instaló la Atlántida perdida en Libia, en el lago Tritón. A pesar de que casi todas las indicaciones prehistóricas sobre lo sagrado que hizo este autor inglés se van confirmando una por una, como no era antropólogo ni paleontólogo ni arqueólogo, ni nada-ólogo, pues ni caso. Pero me sigue extrañando que algunos de los que sí son algo-ólogos desprecien los textos míticos sin más análisis que el literario y otros se pongan a buscar la cruz donde colgaron a un personaje cuya existencia histórica está lejos de ser irrefutablemente demostrada, con toda la convicción que da la pasta de Discovery Channel.
Otra de las cosas que me parecen evidentes es que el llamado fenómeno OVNI no debe ser investigado y, si lo es, los resultados no deben publicarse. Ignoro los motivos, pero es muy llamativo que algo que sucede a todo tipo de personas y en todas las tierras y mares del planeta sea ignorado por la comunidad científica en general. Si es un fenómeno, estúdiese. Si es un cuento, demuéstrese. Porque lo que yo vi una vez y lo que han visto amigos míos (entre ellos pilotos y militares) no tiene nada que ver ni con globos sonda, ni con bombarderos secretos ni con explosiones de metano.
Digo todo esto porque vivimos en una cultura que, a base de enrevesarse, tiende a negar lo evidente, lo sencillo, lo que se tiene más a mano. Hace poco se cumplía el aniversario de la muerte de mi padre. Y recordé que vivimos en una cultura que niega la muerte y su evidencia, por motivos que nunca me parecen inocentes.
Se nos vende una especie de inmortalidad si comemos tal o cual alimento (varía según la empresa que pague el estudio), si no fumamos, si no bebemos o si follamos con moderación. Como si no hubiera azar, como si la vida no fuera estúpida y la muerte dolorosa, terrible, final. Quieren hacernos buenos y nos dicen que no nos muramos. Como si pudiéramos elegir.
El día que me firmen un papel diciendo que si no fumo no me muero, lo firmo en seguida: hasta entonces seré un resistente --con cáncer, seguramente--, pero resistente. Y no me vengan con mi calidad de vida futura: primero porque aquélla copa, aquél polvo, aquél pitillo, enriquecieron mi vida como aquél libro, aquélla mirada o aquél solo de Miles Davis. Y mañana me puede atropellar un borracho. No quiero tener ni la muda limpia ni los pulmones rosas.
Que se jodan. Sencillo, ¿verdad?
P.S.: los de mi edad para arriba recordarán cuando se condenó el aceite de oliva como algo insano y terrible frente a las bondades del ¡aceite vegetal! Nadie se preguntó qué bicha ordeñaban para elaborar el aceite de oliva.
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