sábado, 18 de octubre de 2008

Dos Experiencias Personales y una Perplejidad.

Me dicen el otro día --y leo luego en el foro de El País-- que siempre somos los ateos los que ponemos a parir a la Iglesia. Vale. Es cierto. Sobre todo los que nos formamos bajo la tutela de la institución tenemos esa tendencia. La explicación es muy simple: lo que la Iglesia dice pretende que afecte a todas las dimensiones de la vida de todos los seres humanos. Así que sólo por eso ya me siento concernido.
Vaya por delante que me parece --bueno, y tengo documentado-- que la creencia acrítica y aproblemática se corresponde con la incultura. Y me parece que eso lo sabe cualquiera, dentro y fuera de la Iglesia, que tenga una cierta formación y no sea un redomado asno como Monseñor Rouco Varela. Así que el primer sofisma que se puede derrumbar es el hecho de que la llamada "cultura", la formación, lleve al ateísmo. Lo que lleva es a no comulgar ruedas de molino. Luego los procesos que llevan a creer o no creer son más de tripa para dentro. Y esto es lógico porque para una persona formada todo es complejo, todo es susceptible de análisis problemático y de crítica. Las dictaduras, la publicidad y los nazis (esa maravillosa combinación de ambas) son siempre partidarias de las fórmulas simples. Reducir, como ha hecho Monseñor, el fenómeno del nazismo a la laicidad de la sociedad industrial no sólo es falaz: es de burros, de iletrados, de ignorantes o --miedo me da-- de malvados.
Pasemos por alto el hecho de que una parte de la derecha católica puso a Hitler en la Cancillería, no discutamos las cuestionables y cuestionadas acciones y omisiones, quizá más graves, del próximo Papa San Pío. Pero pasar por alto la Cruzada Católica que Franco encabezó bajo palio y de la que aún nos llega el olor de los cadáveres, eso sí que no. Bromas las justas. Claro que seguramente Monseñor Rouco subrayaría las diferencias entre un fascismo y otro.

La otra experiencia personal no tiene nada que ver con el enfado, sino quizá con la nostalgia democrática. Piden en la SER que enviemos preguntas para una entrevista a Esperanza Aguirre. Mi pregunta (impublicable, ya lo sé) era: "¿Es que no tiene usted dignidad, señora? ¿Es que no tiene dignidad?"
Un viejecito al borde de la muerte le hizo esa pregunta a McCarty y sus acólitos. Esa pregunta causó una sacudida tal de conciencias en la comisión del Senado, en los medios y en la opinión pública que encabezaba aquél siniestro cazafantasmas puritano y cejijunto que arrancaron de raíz los cimientos de la caza de brujas. Esa pregunta reforzó la ahora imaginaria superioridad moral y profundidad de la democracia. Esa pregunta datan, claro está, de los años 50. Dudo que quien seleccione las preguntas que se destinarán a la presidenta ilegítima de la CAM entienda siquiera que no la envió un loco --creo...--.

Y ahora la perplejidad. ¿Le parece a alguien que Mariano Rajoy cree en algo? Ya no digo en las sandeces y faescistadas que repite como un muñeco de cuerda según toque. No digo en esa patria de la que oía la aflicción, de esa Navarra en venta, de esa ETA disfrazada de yihad, ni ninguna otra obra de ficción guionizada por el del corsé rojo. Digo en cualquier cosa. La que sea. Porque igual ese tipo llega un día al Gobierno y prefiero a los malos con relleno, la verdad.
Pero ni comparación, oye.

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