En los años 70, cuando alguien se declaraba "apolítico" todos sabíamos que era un fascista o un franquista que no se decidía a salir del armario. En los 80 y 90, cuando alguien decía que había acabado la historia, sabíamos que era un fascista vestido de yuppie mamando de la vaca reaganiana. Ahora, cuando alguien declara que la frontera entre derecha e izquierda se ha difuminado, algunos sabemos que lo que ocurre es que en la escena pública la izquierda no existe y el que lo dice es el hijo o el nieto del "apolítico" setentero.
He estado en unas cuantas reuniones estratégicas como asesor de comunicación para distintos partidos políticos autodeclarados de izquierda. Y siempre me ha producido una enorme perplejidad ver cómo todos se afanan por conseguir el voto de la derecha, en lugar de buscar y afianzar el voto de izquierda. Hasta que caí en la cuenta de que el problema es doble: comunicativo e identitario. Son dos caras de lo mismo. Trataré de explicarlo:
La izquierda fue víctima de la invención de la publicidad y la comunicación de masas, si no inventada, al menos sí perfeccionada por los movimientos fascistas post-crack del 29. La derecha siempre ha comunicado igual. Ideas simples, consignas en lugar de razonamientos y construcción de universos simbólicos en los que uno siempre tiene la razón de la pureza y la fe --en lo que sea-- frente a los enemigos exteriores, torvos, inmisericordes y amenazantes.
Cuatro o cinco frases repetidas hasta la saciedad, un enemigo claro y definido y el desprecio por el razonamiento y el diferente: esa es la receta para hacer que en el mundo de la derecha todo sean verdades absolutas. Cualquier asno es capaz de entender lo que diga un Hitler, un Franco, un Bush o una Aguirre. O un Colgate, vamos a poner.
Frente a esta simplicidad, funcional, pragmática y barnizada con Grandes Valores irrenunciables, la izquierda siempre ha ofrecido análisis más complejos. La izquierda, especialmente la izquierda post-industrial, tenía que ser semioclasta, es decir, desenmascaradora de los significados complejos y ocultos de lo que se vendía como cápsulas ideológicas de fácil digestión. De ahí que nuestra República y, en general, todos los movimientos de izquierda, hayan luchado históricamente por extender la cultura y la educación. Es muy difícil ser de izquierda. Hay que analizar, leer, atender a las noticias, saber cómo piensan los que detentan (sí: detentan) el poder o los poderes, conocer los mecanismos de la sociedad, de sus representantes, tener nociones de economía, de interacción entre fenómenos aparentemente diversos... Vamos, un curro. Y además, te amarga la vida.
En resumen, cuando la izquierda decide comunicar de manera simple, sencilla y notoria, está jugando fuera de casa, con reglas ajenas y en desventaja numérica. Por eso siempre da la sensación de que la izquierda se comunica mal. Y no es eso, es sencillamente que la izquierda no puede comunicar como la derecha, porque no piensa igual, porque no es igual... Hasta ahora. Porque resulta que luego está el problema identitario. La transición y la decisión histórica de la izquierda mayoritaria de abandonar el marxismo trajeron consigo la "izquierda EL PAÍS". Es decir, declarar el liberalismo de mercado como verdad universal y ser "progresista" en las llamadas cuestiones sociales. Divorcio y aborto, sí; socialización de la banca, ni mentarla. Fiestas de Carnaval sí; propiedad estatal de los servicios públicos, ni hablar... Y así todo.
En este panorama, la izquierda pasó de ser una propuesta de cambio de la estructura social a ser un barniz compasivo --en esa palabrita se basó la primera campaña de G.W. Bush, para que vean-- que paliara los efectos del capitalismo ahora ya sin brida.
En resumen: la izquierda no puede comunicar porque no sabe y comunica como la derecha porque ha dejado de ser izquierda. Siempre se puede ser Izquierda (haha) Unida (haha). Pero entonces estarás fuera de juego o acabarás pactando con el PP. Las reglas siempre las marcan "ellos".
Digamos de paso que esta sutura de salvajismo de mercado con maquillaje en España se ha llamado "centro". Y se considera que su bolsa de votos es la que da y quita mayorías. La persecución del voto del centro ha sido y es un Dogma al nivel de la Transubstanciación: no sólo hay que creérselo sino que, además, es un misterio. Porque el centro no tiene perfil. Nadie es capaz de perfilar al votante de centro. Pero se sabe que existe porque es muy sensible a la comunicación simple, directa y sencilla. Para mí esto es una demostración clara de dos cosas: que la gente de centro es de derecha y que los que buscan su voto tienen que parecer que lo son, aunque sea un poquito.
En España, la derecha ha recuperado su peso gracias a que se hizo de derecha, pero bien. Si Aznar y sus acólitos no hubieran hecho de la mentira y del desprecio a la dignidad una norma casi deportiva, ahora seguiríamos con gobernantes faescistas instalados en una cómoda mayoría absoluta. Lo que pasa es que, como buenos neocon, neoliberales y neofascistas, no pararon de morder hasta que se amputaron a sí mismos por error. La izquierda, por el contrario, ha perdido votos a medida que dejaba de serlo.
ZP (hay que joderse con los publicitarios metidos en política) y los suyos no se presentan ahora como izquierda. Ni siquiera ahora, que todos los de la corbata y el Tocomocho global han dado la oportunidad a la izquierda de, al menos, decir "ya os lo decía yo". La SER ha cambiado el Hoy por Hoy de Gabilondo por una revistilla de variedades presentada por un socio del Barcelona --lo digo porque él lo recuerda cada día, vete a saber por qué-- a quien esta mañana he escuchado decir de la crisis entre UPN y el PP que es "una passada", ossea, ¿sabes? En plan...
IU está inmersa en el proceso de repartirse la nada y los sindicatos, con el culo como la bandera de Japón, aguantan el tipo mientras el presidente de la CEOE saca músculo y EREs.
Joder, yo soy de izquierda. ¡Qué vida!
1 comentario:
Y ahora encima todos estos fascistoides están que trinan con Garzón, porque, claro, reabre heridas (nunca cerradas, por cierto).
La izquierda siempre juzgada condenada y ultrajada, poquitos quedan de los auténticos luchadores de izquierda, de la de verdad, de la comprometida, de la de pensamiento y criterio propio, la que es libre y se manifiesta y se rebela contra la injusticia. Poquitos quedan...y yo tengo el enorme honor de conocer e intimar con dos o tres ejemplares de esta rara avis a la que admiro y respeto enormemente por su valentía y coherencia.
Gracias por tus reflexiones, para mi son siempre un acierto.
Mil besos querido!!!
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