Vivimos en una región cultural en la que los estúpidos no sólo no se esconden, ni se avergüenzan de su estupidez, sino que ocupan titulares, horas de programación y no digamos puestos de responsabilidad privada y pública.
En cualquier día, hay tantas estupideces en las páginas o imágenes de todos los medios que es casi imposible hacer un seguimiento. Precisamente ahí radica su poder, en la saturación.
Por ejemplo: un ejecutivo de Antena3, ante el fracaso mayoritario de audiencia de las nuevas series estrenadas en las televisiones, dice que el público “cuanta más oferta, se vuelve más conservador”. Claro que si dijese que los nuevos estrenos son una porquería no trabajaría más en el medio, y uno tiene hipotecas que pagar. Eso lo entiendo. Pero entonces uno responde con una evasiva (“lo estamos estudiando”) o acepta parte de la reponsabilidad, sin azotar a sus borreg... a sus públicos (“quizá no hemos conectado con nuestros públicos de la manera que esperan”) o, finalmente, puede callarse. El silencio está muy infravalorado.
Por otro lado, amigo mío, no hay más oferta: si uno pone series los jueves, todos ponéis series los jueves. Si ponéis película el sábado, todos a poner película el sabado... Y así. Lo que no hay es una oferta arriesgada de contenidos, profundos, innovadores, alternativos. Porque en España no veríais un guión como el de Dexter sin horrorizaros. O un programa que no sea concurso o del corazón sin llevaros las manos a la cabeza. Y no hacéis sino adaptar –regularmente, en ambos sentidos-- ideas made in USA. Y lo digo por experiencia (sé que lleváis encargando el guión de un House a la española más de año y medio). No sabéis de televisión, de mercado ni de públicos, porque no investigáis. Pero largáis tonterías y, lo que es más sorprendente, las publican.
Luego están los de la campaña de las Nuevas Generaciones del PP (nombre que, de por sí, ya me levanta un sarpullido: ni son nuevas, porque los pijos fachoides son tan invariables como la velocidad de la luz en el vacío, ni son generaciones, porque no se reproducen: se clonan. Si no, es pecado): “ZP nos deja en pelotas”.
Ni crisis mundial ni neocon depredadores, ni virus criptocapitalista, ni fascismo especulador... Nada: ZP. Lo que explica por qué no va a la famosa cumbre: es el culpable, ni más ni menos, que de la crisis global. Jolines, como para dejarle entrar en la reunión. Deberían juzgarlo por crimen de lesa humanitas en Ginebra. Digo yo.
Eso nos lleva a los publicitarios que creen que adaptar a la política las normas y la creatividad publicitaria de mercado se puede hacer sin cometer estupideces. Por ejemplo, la propia marca ZP para un presidente al que la derecha nunca reconoce legitimidad –faltaría más: ellos siempre quieren ser el Califa en lugar del Califa—y cuyo mayor mérito de imagen es conseguir, discurso tras discurso, no ofender a los curas, aceptar las directrices de la banca y mover las cajas invisibles en un atril desangelado. Pero qué gracioso es lo de ZP.
No nos extrañemos, por tanto de que unos estúpidos reunidos en una casa para que su nada sea observada siga en la parrilla de programación. Ni que un ente faescista (y protofascista en modos, medios y realizaciones) como la Aguirre sea votada mayoritariamente. No nos extrañemos de la cara de idiotas que se nos queda viendo los anuncios de automóviles (de hecho, se dirigen a otros publicitarios, para que en las fiestas les den palmaditas en la espalda sus futuros despedidores).
Digo que no nos extrañemos porque somos un atajo de estúpidos. Y los estúpidos hacen estupideces.
Lo que no hacemos algunos es presumir de nuestra condición. Cuando se alardea, siendo Aznar, Zaplana, Acebes o Mercedes Milá, se incurre en la desfachatez.
Y eso no.
En cualquier día, hay tantas estupideces en las páginas o imágenes de todos los medios que es casi imposible hacer un seguimiento. Precisamente ahí radica su poder, en la saturación.
Por ejemplo: un ejecutivo de Antena3, ante el fracaso mayoritario de audiencia de las nuevas series estrenadas en las televisiones, dice que el público “cuanta más oferta, se vuelve más conservador”. Claro que si dijese que los nuevos estrenos son una porquería no trabajaría más en el medio, y uno tiene hipotecas que pagar. Eso lo entiendo. Pero entonces uno responde con una evasiva (“lo estamos estudiando”) o acepta parte de la reponsabilidad, sin azotar a sus borreg... a sus públicos (“quizá no hemos conectado con nuestros públicos de la manera que esperan”) o, finalmente, puede callarse. El silencio está muy infravalorado.
Por otro lado, amigo mío, no hay más oferta: si uno pone series los jueves, todos ponéis series los jueves. Si ponéis película el sábado, todos a poner película el sabado... Y así. Lo que no hay es una oferta arriesgada de contenidos, profundos, innovadores, alternativos. Porque en España no veríais un guión como el de Dexter sin horrorizaros. O un programa que no sea concurso o del corazón sin llevaros las manos a la cabeza. Y no hacéis sino adaptar –regularmente, en ambos sentidos-- ideas made in USA. Y lo digo por experiencia (sé que lleváis encargando el guión de un House a la española más de año y medio). No sabéis de televisión, de mercado ni de públicos, porque no investigáis. Pero largáis tonterías y, lo que es más sorprendente, las publican.
Luego están los de la campaña de las Nuevas Generaciones del PP (nombre que, de por sí, ya me levanta un sarpullido: ni son nuevas, porque los pijos fachoides son tan invariables como la velocidad de la luz en el vacío, ni son generaciones, porque no se reproducen: se clonan. Si no, es pecado): “ZP nos deja en pelotas”.
Ni crisis mundial ni neocon depredadores, ni virus criptocapitalista, ni fascismo especulador... Nada: ZP. Lo que explica por qué no va a la famosa cumbre: es el culpable, ni más ni menos, que de la crisis global. Jolines, como para dejarle entrar en la reunión. Deberían juzgarlo por crimen de lesa humanitas en Ginebra. Digo yo.
Eso nos lleva a los publicitarios que creen que adaptar a la política las normas y la creatividad publicitaria de mercado se puede hacer sin cometer estupideces. Por ejemplo, la propia marca ZP para un presidente al que la derecha nunca reconoce legitimidad –faltaría más: ellos siempre quieren ser el Califa en lugar del Califa—y cuyo mayor mérito de imagen es conseguir, discurso tras discurso, no ofender a los curas, aceptar las directrices de la banca y mover las cajas invisibles en un atril desangelado. Pero qué gracioso es lo de ZP.
No nos extrañemos, por tanto de que unos estúpidos reunidos en una casa para que su nada sea observada siga en la parrilla de programación. Ni que un ente faescista (y protofascista en modos, medios y realizaciones) como la Aguirre sea votada mayoritariamente. No nos extrañemos de la cara de idiotas que se nos queda viendo los anuncios de automóviles (de hecho, se dirigen a otros publicitarios, para que en las fiestas les den palmaditas en la espalda sus futuros despedidores).
Digo que no nos extrañemos porque somos un atajo de estúpidos. Y los estúpidos hacen estupideces.
Lo que no hacemos algunos es presumir de nuestra condición. Cuando se alardea, siendo Aznar, Zaplana, Acebes o Mercedes Milá, se incurre en la desfachatez.
Y eso no.
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