jueves, 26 de febrero de 2009

El Ruido y la Furia. Y una cría muerta.

Dicen que en las instrucciones de los microondas estadounidenses hay una advertencia específica que indica a los usuarios no meter a animales domésticos dentro, porque sería fatal para ellos. Dicen también que esto se debe a que alguna o algunas personas que desconocían cómo funciona un microondas metieron a sus mascotas a secar y que demandaron --¡y ganaron!—a los fabricantes por no haber indicado específicamente que no se pueden meter dentro seres vivos.

A nadie se le ocurrió demandar al usuario por inculto, a sus maestros por no haberle enseñado cómo funciona un microondas, etc. Aunque suene elitista, yo hubiera demandado al usuario, a los jueces y al jurado por gilipollas, por ignaros y por llevar la farsa judicial al abuso y al ridículo.

Dicho sea de paso, el que haya un sólo imbécil que mete a su gato en su microondas implica que toda la industria de electrodomésticos tiene que incorporar las nuevas instrucciones, retirar las antiguas, cambiar el empaquetamiento y multiplicar los gastos que, finalmente, repercutirán en el precio. Insisto: me da igual que el caso sea real o no; todos lo tenemos por plausible, así que funciona como hecho cultural.

El otro día ví a un usuario de este estilo nada menos que en mi Palacio de la Moncloa pidiendo una reforma constitucional para introducir la cadena perpetua, iniciativa inmediatamente aplaudida y asumida por los faescistas y Pedrojeta, bajo el argumento tan español de “esto no se puede consentir” o “esto clama al cielo”. Porque los irreflexivos, los incultos y los dolientes no quieren oir hablar de justicia, quieren (y confunden) venganza y castigo. Quieren tirar por el sumidero los derechos humanos, el concepto de reinserción, la carga inasumible para sus mentes estrechas –aunque frecuentemente religiosas—del perdón y la reconciliación, de la oportunidad de redención.

Y es que yo lo siento mucho, pero no trago con la película mediática de los incendiarios telecinqueros, corazonistas y pedrojoteros. Porque me faltan incluso algunos datos que me parecen importantes y que, si hubiera sido periodista (o similar) hubiera preguntado en las tertulias en las que buitres y presas fueron invitados a todo correr. Veamos:

¿Estas familias son modélicas y han educado a su hija en la responsabilidad? ¿O la panda de amigotes con los que esta chica salía son unos pastilleros violentos que pierden el control cuando se colocan? ¿Conocían estos padres a las personas con las que salía su hija y sabían sus lugares de reunión, los locales que frecuentaban, las actividades a las que dedicaban sus salidas? ¿Es posible que estos padres no hayan enseñado a su hija a seleccionar sus compañías, a advertirla frente a personas de la calaña de sus asesinos, a ser responsable y limitar su tiempo de ocio a actividades seguras y limpias? ¿Cómo era su relación con su hija: la conocían, sabían que estaba con personas que podían poner en peligro su vida? ¿Y si la película es que a una hija fuera de control le gustaban los malotes mayores que ella y los botellones, y la juerga y el sexo ocasional y las madrugadas descontroladas y a todos, esa noche, se les fue la mano con el alcohol y la cosa acabó como acabó? (Digo: esto me lo estoy inventando, pero... pero no me gustan las cosas unidireccionales).

Porque ser víctima –siquiera vicaria—se convierte, inmediatamente en motivo de santificación, de pureza, de bondad irreprochable, de existencia sin mácula. Y no digo que no sea así: digo que no tiene por qué ser así. Digo que asesino, encubridores y víctimas no son sino productos de una cultura, de un contexto y de unas determinaciones de las que esos padres forman parte. Y que no tienen derecho a mirar siempre hacia afuera para acabar con la rabia encerrando al perro de por vida.

Así que este señor, para quien es más importante su hija que la civilización, la justicia y la ética –cosa comprensible en el dolor de un padre, pero que me queda lejos cuando hablo de los palmeros de la derecha—se planta en la Moncloa y:

a) Le reciben. Espero que sean recibidos los padres de los jóvenes que se matan contra una farola y que pidan la prohibición de las farolas, por ejemplo. de hecho, creo que voy a pedir una entrevista con el Presidente para pedir que no se instaure la cadena perpetua. A ver qué pasa.

b) Nadie pareció explicar a ese padre que nuestro sistema judicial está pensado, como en todo estado de Derecho, para la reinserción y la recuperación para la sociedad de las personas desviantes. Que una condena de 30 años es de hecho una cadena perpetua. Que, seguramente, en la cárcel se hará aún peor persona, con lo que su vida se habrá perdido ya irremisiblemente.

c) Que nadie tiene derecho a hacer la justicia a su medida, y que la ética se aplica con la cabeza y no con las vísceras, conquista que ha costado a la humanidad siglos de sangre, de lucha y de fracaso de las políticas judiciales a las que este señor es proclive.

d) Que nadie le explica –quizá porque de algún modo lo sabe, quizá por incultura, quizá por el dolor—que él también es culpable de la muerte de su hija. Como yo. Como toda una sociedad que debería reflexionar sobre sí misma para ser capaz de acompañar a un padre en el suplicio, pero no mostrar compasión con un ciudadano cabreado que no tiene ni juicio ni autoridad moral para cepillarse el Imperio de la Ley por su caso particular.

Pero Zapatero es así. En vez de esperar al funeral y condolerse brevemente con las familias, va y recibe al padre vengativo y abre un debate inútil, estéril y malintencionado, sobre la cadena perpetua que va a desgastarle inútilmente y que va a volver a distrer la atención de la mierda acumulada por los puros de corazón y los justamente indignados usuarios de microondas del PP.

En lugar de decirle al buen señor que reformar la constitución porque le han matado a la hija es una salvajada y un acto de venganza estéril y antidemocrático, le dice que es difícil.

José Luis, tío, que Aznar se pareciera a Chaplin no quiere decir que tú seas Harold Lloyd. Deja de meter la pata, coño. Y dile a los que meten a sus mascotas en el microondas que la culpa también puede ser suya.

Próxima estación: la pena de muerte.
Al tiempo.
Nota: No quiero decir con todo esto que el asesino no sea un asesino. Quiero que caiga sobre el asesino y sus cómplices todo el peso de la ley. Pero de la ley, no del hígado, ni del linchamiento en la plaza pública.

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