viernes, 27 de febrero de 2009

Las Fábricas de Asnos (II). Y esto ya es Personal.

Mi hijo está estudiando, creo que en “Sociales” –ya no me aclaro con las denominaciones modelnas—, el antiguo Egipto. Es una civilización que no le llama la atención tanto como Grecia y Roma, seguramente por desconocimiento y porque de pequeñito le daban miedo las momias, o vaya uno a saber por qué. Cuando vino después de la primera clase sobre el tema me dijo que había preguntado por los números en el Egipto antiguo, y que su profesora había eludido la respuesta, diciendo que, de momento, estaba explicando lo básico.

Yo no tengo problemas con las momias y soy un poquito freak del asunto, así que le dibujé en un papel los jeroglíficos numerales. Siempre he creído que las personas que no se interesan por Egipto se engancharán a ello a través de su escritura misteriosa, evocadora, mágica ("la mordedura del pato", lo llaman los egiptólogos). Pero también porque tiene un punto naïf, inocentón y esquemático que tiene que atraer por fuerza a los que seguimos siendo un poco críos. Así que, además, hicimos algún cachondeo a cuenta de los números, porque el número diez mil se escribe dibujando una rana o un sapo y, a partir del millón, para explicar la idea de millón, o “muchismo, muchismo” (infinito), el signo es un señor abriendo los brazos como los pescadores cuando mienten sobre el tamaño de lo que han pescado. Como queriendo decir. También le conté que, para los egipcios antiguos, los signos escritos representaban la cosa viva, la realidad animada. Así que cuando escribían un león o una serpiente, los partían por la mitad, por si un ataque. Más risas y la conciencia de la importancia de la escritura para una cultura en la que todo era sagrado, todo estaba animado, todo era trascendente.

El caso es que mi muchacho llevó los dibujillos numerales a clase como aportación. La respuesta de su profesora fue, mientras rechazaba el papelito, “eso ahora no interesa”.

Esta cretina será de las que, cuando le pongan un micrófono en una radio o en una cena con amigos, explicará lo muy estresada y desmotivada que está porque sus alumnos no tienen interés ni motivación. Será la que, cuando me entreviste con ella, pensará que soy un ente que se ha reproducido sólo para molestarla colocando en su puesto de trabajo a un molesto enano cabezón.

¿Cómo es posible que no pases una clase dibujando los nombres de los chicos en jeroglífico, explicando los grandes monumentos como lo que son: grandes campañas publicitarias en un soporte que ha durado cinco mil años? ¿Como es posible no ponerte a estudiar la momificación, los vasos canopos en la que “archivaban” los órganos de las personas importantes por si los necesitaban en su viaje ante Anubis? ¿Cómo no va a interesar a los chavales de 13 años ver que la mitad de los cómics que leen o ven en la tele son trasuntos y herederos de los dioses y diosas de cabeza animal? ¿Cómo no fascinarles con las medidas de la pirámide de Khu-Fú (Keops, para los del plan antiguo) y cómo las grandes pirámides reproducen el cinturón de Orión, antes de Osiris? ¿Cómo no contarles que las obras sacras de los egipcios son tan increíbles que hay investigadores que defienden que los extraterrestres echaron una mano?

El Antiguo Egipto puede ser todo menos aburrido, como Grecia, como Roma, como cualquier historia épica con sus buenos, sus malos, sus luchas de titanes, sus maravillas tecnológicas. La manera de escribir, de numerar, de expresarse, de construir, de concebir el mundo... todo eso se puede relacionar con su propia vida, con cosas que les parecen muy modernas pero que ya existían o se apuntaban en los mundos antiguos. No sé... un montón de cosas.

Claro que, a lo mejor, uno tiene que sentir esa pasión por la historia, por el conocimiento, por lo que puede fascinar a los chicos y las chicas, por encontrar la manera de comprometerles con mundos misteriosos, llenos de maravillas asombrosas, que son nuestra herencia y nuestro lujo.

¿Cómo hago ahora para que mi hijo respete a esa profesora? ¿Cómo hacemos para que se respete a sí misma y a la profesión que desempeña?

Qué lástima. De verdad.

Nota: En un mundo que todavía recordamos, el Cura, el Maestro, el Médico y el Farmacéutico no sólo eran instituciones respetadas porque su formación les daba un estatus superior. Además, se consideraba –y ellos lo asumían-- su desempeño como vocaciones, no como profesiones. De manera que hacían muchas cosas y atendían muchos asuntos que sobrepasaban de largo sus funciones. Ahora, todos somos profesionales y no hacemos cosas que no vayan estrictamente recogidas cen nuestro estatuto profesional “porque no nos pagan por eso”. Aún no hemos hablado con la cretina, pero seguro que nos saldrá con algo parecido. Al tiempo.

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