Anoche ví el debate. Como está siendo profusamente analizado, incluso descuartizado, en los medios, voy a ofrecer no tanto una opinión como algunas ideas que asociaba mientras veía a ese par de gemelos tratando de parecer distintos. Como las escribo como salían, no están muy organizadas, pero no se puede tener todo.
1. Es bueno leer. Sobre todo a los clásicos. Todos los que aspiran a algo en la política de EEUU o de las colonias deberían echar un vistazo a la obra de Gibbons, el clásico sobre el declive del imperio romano que, de paso, inspiró a Asimov la hexalogía de la Fundación. Es cierto que la obra de Gibbons tiene cosas del siglo XVIII. Pero es que está escrita por entonces, qué le vamos a hacer. Gibbons señalaba la similitud en tiempo, motivaciones y resultados, entre la gobernación de Diocleciano y la de Carlos V. Personalmente creo que ambos querían ser Marco Aurelio: pero Marco Aurelio no quería ser emperador. Un lío, ¿no?
2. Parece que la política de este principio de siglo consiste en no molestar. Así no se pinchan burbujas de votantes. Lo hizo Zapatero y lo ha hecho Obama: dejar pasar la desfachatez de quien gobierna por y para el dinero. Presumir, como hizo McCain de 28 años de experiencia en seguridad nacional, viendo los últimos 28 años de la seguridad nacional estadounidense era una yugular latiente que nuestro moderado muchacho dejó sin morder.
3. Puede que estas dos personas --dicen que también lo son-- simplemente no se den cuenta de que no hay muchas maneras posibles de ser emperador. El poder es unidimensional, como un buen malo de película, y exige unos actores concretos con un registro concreto. Por si fuera poco, las cartas están dadas, marcadas y manejadas por un croupier que es el que pone la pasta y se la da a la Banca.
4. Pensé en Hillary. Se hubiera merendado a McCain y hubiera hecho una casita de muñecas con los huesos del viejo senador. No porque ella sea la esperanza de la inexistente izquierda de esa enorme provincioa agrícola que son los Estados Unidos. Se lo hubiera comido porque su estilo es el de un animal político que la era ya ha parido pero aún no está preparado para asumir la cúspide de la pirámide alimenticia. Además, la campaña hubiera sido mucho más divertida. A estas horas en la Fox ya estarían entrevistando a Paula Jones y a Mónica Lewinsky.
5. Me dio la sensación de que los dos candidatos tienen miedo. G.W. les ha metido en un charco de arenas movedizas al borde del cual están Chávez, Lula, Putin, Ahmadineyad, Sarkozy, Merkel... Algunos, criaturas del Doctor CIAstein y su fiel servidor Igor Cheney. Otros, aliados de los que el imperio desconfía. Hay que ser un ambicioso o un loco para querer ser el próximo presidente.
6. Lo crean o no, Adam Smith confiaba en que la buena voluntad y el espíritu religioso de los hombres de negocios y los mecanismos intrínsecos del mercado pondrían en marcha una mano invisible que repartiría la riqueza, promoviendo el reparto de la prosperidad y la felicidad entre los hombres (blancos). Pues bien: a esa mano invisible le ha caido la tapa del piano encima. Y ninguno de los imperiables supo qué responder cuando se les preguntó por la economía, estúpidos. A lo mejor, si les hubieran preguntado por la avaricia...
7. Luego me acosté con la sensación de que ni siquiera había habido espectáculo. Que es lo mínimo que se puede pedir a nuestros emperadores. ¡Ah, los tiempos de Pan y Circo!
sábado, 27 de septiembre de 2008
martes, 23 de septiembre de 2008
NFAQs (Sin responder) capítulo I.
Cuanto más lee uno la prensa, cuantos más informativos atiende y cuantas más "tertulias" escucha, más tiene la sensación de que los medios de comunicación no responden nunca las preguntas más básicas. Quizá porque dan por supuesto que ya se han respondido días, meses o años antes. Y no es cierto. O al menos yo, en mis cortas luces, no logro enterarme de algunas respuestas muy básicas cuyas respuestas me gustaría obtener. Pongo algunas, pero me gustaría que (si alguien lee estos mensajes en una botella) otros las completasen. Por ejemplo, y por grupos:
¿Por qué, si la reivindicación histórico-territorial de ETA y del movimiento aberzale en general incluye Iparralde, el País Vasco Francés para los del Plan Nuevo, jamás atentan en Francia contra personas francesas?
¿Por qué está bien que palestinos e israelíes, IRA e ingleses, etc. negocien pero está mal negociar con ETA? ¿Por qué la Iglesia "oficial" auspicia aquéllos y otros procesos de negociación fuera de España y aquí no?
¿Por qué (algunas de) las víctimas de atentados terroristas se oponen a un final negociado del conflicto vasco? ¿Y qué si se oponen?
¿Por qué no se aplica la Ley de Partidos a los partidos de ultraderecha?
¿Por qué está bien que las autoridades judiciales españolas investiguen los crímenes contra la humanidad en Argentina, Chile y otros Estados y está mal que se haga lo mismo en España?
¿Por qué se juzga como criminales de guerra a los que los han cometido, pero han perdido y no a los que los han cometido, pero han ganado?
¿Por qué siempre se castiga mediática y judicialmente a los corruptos, pero no a los corruptores?
¿Por qué no se puede sospechar que el 11-S fue fabricado por los EEUU habiendo pruebas sólidas de que fabricaron la Guerra de Cuba, y de que --como mínimo-- no impidieron el ataque de Pearl Harbor? Muchos lo hicieron antes. Incluidos los nazis.
¿Por qué hay una asociación de víctimas del atentado del 11-S que ha interpuesto ante los tribunales estadounidenses e internacionales una denuncia contra el Gobierno de los EEUU por dar una versión "equivocada" de lo que sucedio en el WTC y a los que piden una investigación independiente se les llama conspiranóicos?
¿Por qué se pide el boicot del comercio de pieles o de diamantes y no el de teléfonos móviles, sabiendo que la guerra civil congoleña, entre otras, tiene parte de sus causas en la explotación de las minas de coltán, esencial para su fabricación?
¿Por qué se da la coincidencia de que los años en los que hay crisis en la construcción y se detiene la oferta de suelo hay menos incendios forestales?
¿Por qué Google es negocio si no vende nada?
Pregunto.
¿Por qué, si la reivindicación histórico-territorial de ETA y del movimiento aberzale en general incluye Iparralde, el País Vasco Francés para los del Plan Nuevo, jamás atentan en Francia contra personas francesas?
¿Por qué está bien que palestinos e israelíes, IRA e ingleses, etc. negocien pero está mal negociar con ETA? ¿Por qué la Iglesia "oficial" auspicia aquéllos y otros procesos de negociación fuera de España y aquí no?
¿Por qué (algunas de) las víctimas de atentados terroristas se oponen a un final negociado del conflicto vasco? ¿Y qué si se oponen?
¿Por qué no se aplica la Ley de Partidos a los partidos de ultraderecha?
¿Por qué está bien que las autoridades judiciales españolas investiguen los crímenes contra la humanidad en Argentina, Chile y otros Estados y está mal que se haga lo mismo en España?
¿Por qué se juzga como criminales de guerra a los que los han cometido, pero han perdido y no a los que los han cometido, pero han ganado?
¿Por qué siempre se castiga mediática y judicialmente a los corruptos, pero no a los corruptores?
¿Por qué no se puede sospechar que el 11-S fue fabricado por los EEUU habiendo pruebas sólidas de que fabricaron la Guerra de Cuba, y de que --como mínimo-- no impidieron el ataque de Pearl Harbor? Muchos lo hicieron antes. Incluidos los nazis.
¿Por qué hay una asociación de víctimas del atentado del 11-S que ha interpuesto ante los tribunales estadounidenses e internacionales una denuncia contra el Gobierno de los EEUU por dar una versión "equivocada" de lo que sucedio en el WTC y a los que piden una investigación independiente se les llama conspiranóicos?
¿Por qué se pide el boicot del comercio de pieles o de diamantes y no el de teléfonos móviles, sabiendo que la guerra civil congoleña, entre otras, tiene parte de sus causas en la explotación de las minas de coltán, esencial para su fabricación?
¿Por qué se da la coincidencia de que los años en los que hay crisis en la construcción y se detiene la oferta de suelo hay menos incendios forestales?
¿Por qué Google es negocio si no vende nada?
Pregunto.
domingo, 21 de septiembre de 2008
Sin Esparanza. Con Aguirre.
Esperanza Aguirre conquistó el gobierno de la Comunidad de Madrid gracias a los votos de dos despreciables personajes que violaron la voluntad de los electores (ver P.S.).
Esperanza Aguirre supedita toda su acción política a sus aspiraciones a gobernar el país apoyada por el búnker más cerril, haciendo de Madrid su laboratorio neocon de la Señorita PPis.
Esperanza Aguirre y sus coadjutores han decidido privatizar todo lo público sin contrapartidas a los ciudadanos, saltándose incluso a la torera sentencias firmes del Tribunal Supremo o leyes estatales, llegando incluso a acabar con las carreras profesionales de los que se han opuesto a su pogrom.
Esperanza Aguirre ha convertido la RTVM (Telemadrí y Ondamadrí, para los del foro) en un medio que hasta a Goebbels le hubiera suscitado pudor.
Esperanza Aguirre no ha logrado asfaltar toda la CAM por la crisis de beneficios que nos invade. Se habla de algunos árboles que resisten ahora y siempre a sus promotores --tómese en ambos sentidos de la palabra--.
Esperanza Aguirre subvenciona asociaciones de extrema derecha, cuando no con un ideario abiertamente fascista, que también logran que sus colegios sean subvencionados por el dinero de todos.
Esperanza Aguirre contrata escasas obras públicas que pueda pagar: así culpa al Gobierno central de no aportar el dinero que quiere gastarse y, por tanto, de marginar a Madrid.
Esperanza Aguirre (Ponga aquí el lector lo que proceda)...
Pues bien. El titular de la Cadena Ser y de la edición digital de El País, principales medios de presunta oposición a los populares y líderes en el mercado informativo del Estado, fue que Esperanza Aguirre había entrado en el Congreso del PP al compás de la música de Shakira.
El sábado, que Ruiz Gallardón (eso lo dejo para otro día) lo había hecho al sonido de ABBA.
Enhorabuena a los premiados.
P.S.: Los electores castigaron, curiosamente, al PSOE-PSM.
Esperanza Aguirre supedita toda su acción política a sus aspiraciones a gobernar el país apoyada por el búnker más cerril, haciendo de Madrid su laboratorio neocon de la Señorita PPis.
Esperanza Aguirre y sus coadjutores han decidido privatizar todo lo público sin contrapartidas a los ciudadanos, saltándose incluso a la torera sentencias firmes del Tribunal Supremo o leyes estatales, llegando incluso a acabar con las carreras profesionales de los que se han opuesto a su pogrom.
Esperanza Aguirre ha convertido la RTVM (Telemadrí y Ondamadrí, para los del foro) en un medio que hasta a Goebbels le hubiera suscitado pudor.
Esperanza Aguirre no ha logrado asfaltar toda la CAM por la crisis de beneficios que nos invade. Se habla de algunos árboles que resisten ahora y siempre a sus promotores --tómese en ambos sentidos de la palabra--.
Esperanza Aguirre subvenciona asociaciones de extrema derecha, cuando no con un ideario abiertamente fascista, que también logran que sus colegios sean subvencionados por el dinero de todos.
Esperanza Aguirre contrata escasas obras públicas que pueda pagar: así culpa al Gobierno central de no aportar el dinero que quiere gastarse y, por tanto, de marginar a Madrid.
Esperanza Aguirre (Ponga aquí el lector lo que proceda)...
Pues bien. El titular de la Cadena Ser y de la edición digital de El País, principales medios de presunta oposición a los populares y líderes en el mercado informativo del Estado, fue que Esperanza Aguirre había entrado en el Congreso del PP al compás de la música de Shakira.
El sábado, que Ruiz Gallardón (eso lo dejo para otro día) lo había hecho al sonido de ABBA.
Enhorabuena a los premiados.
P.S.: Los electores castigaron, curiosamente, al PSOE-PSM.
jueves, 18 de septiembre de 2008
La Objeción de los que no tienen Conciencia
En Tres Sombreros de Copa, le preguntan a uno de los personajes: "¿Es usted militar?" y él responde: "Regular". El personaje se camufla mas de lo que ahora leemos porque en ese tiempo realmente había un Tabor de Regulares, pero esa no es la cuestión. La cuestión es que no se puede ser "un poco militar", como no se puede estar "un poco embarazada".
No sé ustedes (o ustedes vosotros, a elegir), pero yo no me imagino a estudiantes de la Academia Militar ni a soldados profesionales objetando conciencia. La escena, en sí misma, sería digna de una película del absurdo.
Sin embargo, los faescistas y sus dueños han encontrado en la "objeción de conciencia" un aliado para su restrictio mentalis y su manía patológica de jugar al despiste y con trampas. Los de siempre han redescubierto la objeción de conciencia. De modo que asistimos atónitos a farmacéuticos/as que se niegan a dispensar la llamada píldora del día después, o docentes que se niegan a impartir una asignatura, o médicos que rehúsan, bien a aplicar cuidados paliativos a enfermos terminales desfigurados por el dolor, bien a facilitar la interrupción del embarazo de acuerdo con los supuestos contemplados por la Ley; todo ello en nombre de su "conciencia".
Pues bien: aquí no hay conciencia que valga: hay una incompatibilidad entre las propias creencias y la actividad que uno lleva a cabo. Aparte del trasfondo de resistencia y negación ante el imperio de las leyes que no les gustan, azuzados por intereses partidistas, lo que tenemos aquí es la incapacidad, la no cualificación personal, para ejercer una profesión. Es muy sencillo: si en un trabajo se han de acatar leyes y realizar actos que van contra la conciencia de uno, no se está capacitado para desempeñar esa profesión y en conciencia, debe abandonarse esa actividad. No creo que una empresa cárnica permitiese cobrar el sueldo a un vegetariano que, obtenido y promovido al puesto de matarife, se negase después a sacrificar reses.
Lo mismo que las Fuerzas Armadas expulsarían a un soldado pacifista --sólo poner estas dos palabras juntas ya mueve a rechifla--, deberían inhabilitar a los docentes, farmacéuticos y médicos que no pudieran, en conciencia, ejercer su profesión sin las trabas de sus creencias.
Que los poderes públicos amparen y fomenten esta mal llamada "desobediencia civil", que en boca de los faesciosos es un atentado a la memoria de los que han luchado por causas justas, debería también inhabilitarles para sus cargos: hacen apología de la ilegalidad.
Un detallito más, casi sin importancia: en un Estado de Derecho, al que incumple las leyes no se le llama objetor. Se le llama delincuente. En castellano y en inglés.
P.S.: Yo creo que también ha habido un problema de estrategia semiológica. Si al menos la asignatura de Educación para la Ciudadanía se hubiese llamado Formación del Espíritu Nacional...
No sé ustedes (o ustedes vosotros, a elegir), pero yo no me imagino a estudiantes de la Academia Militar ni a soldados profesionales objetando conciencia. La escena, en sí misma, sería digna de una película del absurdo.
Sin embargo, los faescistas y sus dueños han encontrado en la "objeción de conciencia" un aliado para su restrictio mentalis y su manía patológica de jugar al despiste y con trampas. Los de siempre han redescubierto la objeción de conciencia. De modo que asistimos atónitos a farmacéuticos/as que se niegan a dispensar la llamada píldora del día después, o docentes que se niegan a impartir una asignatura, o médicos que rehúsan, bien a aplicar cuidados paliativos a enfermos terminales desfigurados por el dolor, bien a facilitar la interrupción del embarazo de acuerdo con los supuestos contemplados por la Ley; todo ello en nombre de su "conciencia".
Pues bien: aquí no hay conciencia que valga: hay una incompatibilidad entre las propias creencias y la actividad que uno lleva a cabo. Aparte del trasfondo de resistencia y negación ante el imperio de las leyes que no les gustan, azuzados por intereses partidistas, lo que tenemos aquí es la incapacidad, la no cualificación personal, para ejercer una profesión. Es muy sencillo: si en un trabajo se han de acatar leyes y realizar actos que van contra la conciencia de uno, no se está capacitado para desempeñar esa profesión y en conciencia, debe abandonarse esa actividad. No creo que una empresa cárnica permitiese cobrar el sueldo a un vegetariano que, obtenido y promovido al puesto de matarife, se negase después a sacrificar reses.
Lo mismo que las Fuerzas Armadas expulsarían a un soldado pacifista --sólo poner estas dos palabras juntas ya mueve a rechifla--, deberían inhabilitar a los docentes, farmacéuticos y médicos que no pudieran, en conciencia, ejercer su profesión sin las trabas de sus creencias.
Que los poderes públicos amparen y fomenten esta mal llamada "desobediencia civil", que en boca de los faesciosos es un atentado a la memoria de los que han luchado por causas justas, debería también inhabilitarles para sus cargos: hacen apología de la ilegalidad.
Un detallito más, casi sin importancia: en un Estado de Derecho, al que incumple las leyes no se le llama objetor. Se le llama delincuente. En castellano y en inglés.
P.S.: Yo creo que también ha habido un problema de estrategia semiológica. Si al menos la asignatura de Educación para la Ciudadanía se hubiese llamado Formación del Espíritu Nacional...
miércoles, 17 de septiembre de 2008
Economía de Mercado para Dummies (I)
Un señor (generalmente es un señor) tiene, digamos, una mina de cobre. El cobre está por las nubes, porque, además de la energía, se necesitan materiales para transportarla y prácticamente toda la electrónica de nuestros hogares y de la industria depende del cobre. Gana mucho dinero, pero necesita grandes cantidades de efectivo para maquinaria, para excavar nuevos pozos, etc. Y tiene una idea: se le da mujy bien jugar a la ruleta. Podría incrementar sus ingresos líquidos (dinero contante y sonante), en la ruleta. Así ganaría más dinero para sus socios y tendría líquido con el que operar.
Este señor (generalmente es un señor), por tanto, juega a la ruleta. Y, como sabe jugar y tiene experiencia, entre mucha gente le presta la pasta para que juegue. Hay gente que le presta para dos fichas. Y hay gente que reúne la pasta de mucha gente (es decir, los bancos) que le presta enormes cantidades para que juegue en varios casinos. El tahúr, realmente juega con muy poco dinero suyo. De hecho, es una cadena de préstamos.
Al tahúr le ha ido históricamente muy bien. En los años flojos, reparte poco y en los años buenos reparte mucho. Pero un buen día descubrimos que prácticamente todo el dinero del que dispone lo ha invertido en la ruleta y no en la mina. Y los que le prestan grandes cantidades, viendo que ganaba tanto y tan fácilmente, han hecho lo que él. Desde luego, hay gente que sabe que la ruleta es un juego de azar y no invierte directamente en la ruleta. Pero el banco donde tiene su dinero lo hace en su nombre. Y la aseguradora que asegura sus bienes, asociada con el banco, también se ha ido de casinos.
Llega una mala racha. Todos pierden. En teoría, la mina de cobre y todas las posesiones de los jugadores deberían ir para la banca, para el Casino, y ellos lo perderían todo. Pues no. ¿Qué hacen el tahúr y sus socios cuando pierden hasta la camisa? El Presidente (político) que compró en los años de bonanza le dice a todo el mundo que pague lo que han perdido. A todos. Los que han jugado y los que no. Así que seguirán siendo dueños del casino, de la mina y de las entidades que les han prestado el dinero para seguir jugando.
Eso es la economía libre de mercado cuando a los tahúres les viene la mala racha: Ellos ganan, tú pierdes. Ellos pierden: tú pierdes.
Ahora, en Madrid, Esperanza Aguirre ha visto que el agua es negocio. Privaticémosla. Así el tahúr y sus colegas tendrán pasta con la que jugar a la ruleta. Cuando hayan exprimido el negocio y pierdan hasta la camisa, volverá a nuestras manos. Para que paguemos lo que han perdido.
¿Fácil, no?
P.S.: Ya sé que es una parábola y que hay algunas inexactitudes técnicas. De hecho, el Casino, físicamente, ni existe ni tiene dueño... en teoría. Pero eso lo dejamos para otro capítulo.
Este señor (generalmente es un señor), por tanto, juega a la ruleta. Y, como sabe jugar y tiene experiencia, entre mucha gente le presta la pasta para que juegue. Hay gente que le presta para dos fichas. Y hay gente que reúne la pasta de mucha gente (es decir, los bancos) que le presta enormes cantidades para que juegue en varios casinos. El tahúr, realmente juega con muy poco dinero suyo. De hecho, es una cadena de préstamos.
Al tahúr le ha ido históricamente muy bien. En los años flojos, reparte poco y en los años buenos reparte mucho. Pero un buen día descubrimos que prácticamente todo el dinero del que dispone lo ha invertido en la ruleta y no en la mina. Y los que le prestan grandes cantidades, viendo que ganaba tanto y tan fácilmente, han hecho lo que él. Desde luego, hay gente que sabe que la ruleta es un juego de azar y no invierte directamente en la ruleta. Pero el banco donde tiene su dinero lo hace en su nombre. Y la aseguradora que asegura sus bienes, asociada con el banco, también se ha ido de casinos.
Llega una mala racha. Todos pierden. En teoría, la mina de cobre y todas las posesiones de los jugadores deberían ir para la banca, para el Casino, y ellos lo perderían todo. Pues no. ¿Qué hacen el tahúr y sus socios cuando pierden hasta la camisa? El Presidente (político) que compró en los años de bonanza le dice a todo el mundo que pague lo que han perdido. A todos. Los que han jugado y los que no. Así que seguirán siendo dueños del casino, de la mina y de las entidades que les han prestado el dinero para seguir jugando.
Eso es la economía libre de mercado cuando a los tahúres les viene la mala racha: Ellos ganan, tú pierdes. Ellos pierden: tú pierdes.
Ahora, en Madrid, Esperanza Aguirre ha visto que el agua es negocio. Privaticémosla. Así el tahúr y sus colegas tendrán pasta con la que jugar a la ruleta. Cuando hayan exprimido el negocio y pierdan hasta la camisa, volverá a nuestras manos. Para que paguemos lo que han perdido.
¿Fácil, no?
P.S.: Ya sé que es una parábola y que hay algunas inexactitudes técnicas. De hecho, el Casino, físicamente, ni existe ni tiene dueño... en teoría. Pero eso lo dejamos para otro capítulo.
martes, 16 de septiembre de 2008
Bienvenidos al Reino del Esquirol: Et tu, Belloch...
Escucho en la SER al Alcalde Belloch. Dice que los voluntarios han trabajado mucho y bien. Y que va a crear un cuerpo de voluntarios para su ciudad, Zaragoza. Serán 3.000... ¡3.000! Toda una fuerza de trabajo que no va a cobrar por hacerlo. Como no han cobrado los (15.000 creo que dijo) que han ejercido en la Expo. 3.000 personas cuya actividad no va a aportar a sus familias ningun beneficio económico, ninguna retribución.
3.000 personas que --estos sí-- quitarán 3.000 puestos de trabajo a 3.000 personas desempleadas.
3.000 personas que, además, estarán satisfechas de hacer algo por el bien común, que harán percibir al conjunto de la población que Zaragoza es una ciudad en la que sus vecinos se comprometen por ella.
3.000 votos gratuitos que extenderán más votos potenciales.
3.000 puestos de trabajo evaporados que serán saludados por los propios desempleados como "un buen detalle" símbolo de la buena imagen de la ciudad, que es lo que cuenta: ojalá que, además, suba el Zaragoza y ya seremos todos más felices.
Hace sólo una generación a estos 3.000 se les denominaba "esquiroles" (trabajadores que trabajan por nada rompiendo las reivindicaciones históricas de sus compañeros de clase, para los del Plan Nuevo). A los que aplaudían la medida, "alienados". Al que hubiera promovido el disparate, esclavista. Y a los que no tragamos con esta porquería no nos llamarían "progres trasnochados".
Es el precio que pagamos los que tenemos memoria.
El caso de Zaragoza y de Belloch no es el único, ni el primero, ni el último. Pero es que se dice socialista y reclama mi voto de izquierda.
Ja.
P.S.: El día en que alguien se de cuenta de que la izquierda, para ganar las elecciones, tiene que presentarse con un programa de izquierda, el PP lo pasará mal. Pero eso es otra historia para otro día.
3.000 personas que --estos sí-- quitarán 3.000 puestos de trabajo a 3.000 personas desempleadas.
3.000 personas que, además, estarán satisfechas de hacer algo por el bien común, que harán percibir al conjunto de la población que Zaragoza es una ciudad en la que sus vecinos se comprometen por ella.
3.000 votos gratuitos que extenderán más votos potenciales.
3.000 puestos de trabajo evaporados que serán saludados por los propios desempleados como "un buen detalle" símbolo de la buena imagen de la ciudad, que es lo que cuenta: ojalá que, además, suba el Zaragoza y ya seremos todos más felices.
Hace sólo una generación a estos 3.000 se les denominaba "esquiroles" (trabajadores que trabajan por nada rompiendo las reivindicaciones históricas de sus compañeros de clase, para los del Plan Nuevo). A los que aplaudían la medida, "alienados". Al que hubiera promovido el disparate, esclavista. Y a los que no tragamos con esta porquería no nos llamarían "progres trasnochados".
Es el precio que pagamos los que tenemos memoria.
El caso de Zaragoza y de Belloch no es el único, ni el primero, ni el último. Pero es que se dice socialista y reclama mi voto de izquierda.
Ja.
P.S.: El día en que alguien se de cuenta de que la izquierda, para ganar las elecciones, tiene que presentarse con un programa de izquierda, el PP lo pasará mal. Pero eso es otra historia para otro día.
lunes, 15 de septiembre de 2008
Y, como bienvenida, un cuento pequeñito que ha fracasado, el pobre.
JASÓN
En realidad, no es miedo. Estoy viendo el cañón de la Parabellum que me apunta y no tengo miedo. Es una especie de flojedad, de sensación de absurdo, de ¿y ya está? ¿Así se muere uno? Es todo demasiado sencillo. Tan trivial como apretar el interruptor de la luz.
Ni siquiera tiene importancia que sea yo, en este momento, el que distingue el comienzo de las estrías espirales del ánima. Tiene su gracia que llamen ánima a la parte interna del cañón de un arma. Y que los misiles se lancen con cañones de ánima lisa y los proyectiles balísticos con cañones de ánima rayada. No recuerdo que Aristóteles hiciera esa distinción. Ahora el ánima me va a quitar el ánima. Sí que tiene su gracia.
No tengo nada en contra del tío que está detrás. Le conozco de algo. Me suena haberle visto en algún garito de Barcelona, a principios de los noventa, cuando la fiebre limpiadora y mès que mai. Quizá andaba colgado de alguna puta de las que echaron de los barrios finos para que los guiris no vieran más que las olimpiadas y fueran con putas de más pasta y a buenos hoteles, que todo recauda.
De todos modos, no es nadie. Por lo menos ahora ya no. Ni yo, claro. Cuando descubrí la maleta y supuse que habría para trescientas o cuatrocientas dosis sólo vi el color rosa de la pasta. Yo creo que el rosa le va mejor al dinero que el verde: el rosa es felicidad y el verde esperanza. O sea, que el verde representa la persecución y el rosa la llegada. Prefiero la llegada. Y prefiero no pensar en estas gilipolleces cuando el tío está a punto de apretar el gatillo. Total, no creo que las vaya a colgar en ningún blog: muertoporgilipollas.myspace.com
Ahora, eso sí. Que me quiten lo bailao. Me encantó tener a Nogales y a Ruiz lamiéndome el culo. Ahora que lo pienso, también me voy a ir sin saber lo que es eso sin metáforas. Ya no importa. El tío me está hablando. Y lo más gracioso es que cree que le escucho. Como si tuviera importancia lo que dice. Nogales, ha dicho Nogales. Claro, quién si no.
Se tuvo que cabrear de verdad cuando me vio aparecer con la maleta. Yo sabía por qué lo había hecho. En la organización yo estaba subiendo como la espuma, después del trabajito que hice para el viejo. Y cuando los médicos descubrieron que en el forro de los cojones llevaba un bultito de más, supongo que Nogales vio la oportunidad de sucederlo.
A mi realmente nunca me interesó heredar al viejo. Cada uno sabe hacer lo que sabe hacer, y nunca pensé en llegar más arriba. Más abajo te putean, y más arriba, entre la pasma, los colegas que buscan ampliar negocio y el estrés de la dirección, pues no es vida. Siendo un segundón estaba bien cubierto de pasta, me reservaban las mejores tías de los garitos más cool de media Europa y casi no tenía responsabilidades. Y con los plazos y los métodos a mi medida.
Esto, claro, Nogales no lo sabe. Y no hay peor enemigo que el que cree que él lo es tuyo. Porque ni piensas en adelantarte y cepillártelo ni te cubres las espaldas. Así que sorprendido-sorprendido no estoy, pero lo cierto es que me ha pillado como a un imbécil.
Por eso creo que le sentó mal verme aparecer. Estaba convencido de que el Cáucaso y los chicos georgianos –tan susceptibles-- haría el trabajo por él. Y va y no. Claro, que Nogales siempre creyó que yo soy un simplón, o algo peor. Tomé la táctica contraria a la que esperaba: fui a ver directamente al georgiano. A ver cómo respiraba. Me alojé en el Kempinsky. Hice el papeleo con el mismo turco-alemán –se les distingue porque no llevan bigote, a diferencia de los naturales del país-- que lleva tres años haciendo el turno de noche. Fingió reconocerme, como debe ser, aunque los dos sabíamos que yo sé que mi nombre aparece en el cacharro.
Lo que me gusta de ese hotel es que es una copia del palacio de Sissí en lo externo y tiene alma (es decir, ánima: sí que tiene gracia) decadente, un aire de Muerte en Venecia. Pero la de Visconti, no la de Mann. Bueno, eso y que a la habitación, en vez de un botones lleno de granos te suben dos azafatas llenas de piernas. Además, podía dejarme ver por el antiguo barrio rumí, donde están los buenos restaurantes de pescado y por las casitas residenciales de Arnavutköy, donde el georgiano tenía su base occidental y creo que algo de familia lejana.
El caso es que tuve la intuición de que andaría por allí y acerté. Agradecí el sentido de familia que tienen los georgianos. Porque cuando quedamos en el Kalamar –es típico el tío—para cenar se llevó a su mujer y a su hermano. La mujer... Estuve media cena dando gracias por ser el espermatozoide más rápido de la bolsa, porque ahora más que nunca sé que nací para llegar a ver esa maravilla. La otra media, pensando en que el georgiano no se la merecía. Y el postre, en cómo iba a poder hablar con ella –si hablaba un idioma humano—sin temblar y de qué.
Tuve una suerte loca, porque el georgiano se emborrachaba por momentos y porque ella hablaba francés. Un idioma que no conocía él, pero yo sí. Hablamos de tonterías: de viajes, de sitios donde habíamos estado ambos, de museos y de los bares de Estambul donde se podía beber alcohol, que son muchos más de los que conocen los turistas. Luego estaba la otra conversación: la de sus ojos entre grises y violáceos, negros como la túnica de la muerte. Estaba claro que la había visto de cerca. Y una tercera conversación: la del georgiano poniendo a caer de un burro a Nogales y a sus muchachos porque habían hecho una chapucilla en Ankara que le había salpicado y le llevó a volver a Georgia a toda pastilla pasando por territorio kurdo, lo que traducido es que hizo kilómetros vendiendo las tres o cuatro pipas que llevaba encima a lomos de mulas a seis bajo cero. Era para estar de mala leche, desde luego.
Eran muchas conversaciones a la vez, pero yo y mi té nos estábamos manteniendo más o menos cuando ella me rozó la mano. Y ahí fue cuando con una bolita de cristal tenía que haber visto el cañón que me apunta ahora. Lástima que mi intuición y mis sentidos ya habían ido debilitándose y andaban a esas alturas por la mitad del tronco, y bajando. Visto ahora, sé que fue un roce casual, buscando la misma servilleta o apartando una cucharilla, no recuerdo el detalle concreto. Pero fue como una descarga en la que un chispazo contuviese todos los viajes psicotrópicos, todos los orgasmos, dejándome una quemadura tan descomunal que estuve unos segundos tapándome el lugar: creía sinceramente que la huella del contacto podía verse y temía que la viera el georgiano. Ella sonrió. Joder, yo creo que lo supo.
Para que aquello cicatrizase, volví a tratar de sonsacar al georgiano, ahora que su hermano se había ido a la barra para otear las visitas indeseables. La tenía, claro, pero la última persona que iba a ver la maleta iba a ser Nogales. No en esta vida. De hecho, dormía sobre la maleta, decía, más a menudo que sobre ella, y señalaba a la mujer. Se rió de su chiste más que nosotros y volvió a tragar de la que yo creo que ya era la tercera petaca que sacaba. Realmente, el georgiano era un tío con sed.
Haciendo un balance rápido, me di cuenta de que tenía dos cosas que quería, de tres. Tenía la información, tenía buen rollo con el georgiano y no tenía a Mel. La mujer se llamaba Mel. Y era medio rumana, medio gitana, medio albanesa y medio vete a saber cuántos aportes genéticos más. Por razones oscuras, emigró a georgia con familiares suyos, desalojados por los kosovares. Y por razones más claras se convirtió en la mejor oferta, y la más cara, de un servicio para gente que buscaba buena compañía a precios nada razonables. Y cobraba un suplemento porque sabe leer las cartas y algunos otros trucos, como me dijo ella más tarde.
A la noche siguiente, cuando me preparaba para orbitar un poco por Besiktas, me llamó el turco sin bigote y me dijo que alguien quería verme. Como hizo una pausa larga hasta completar la frase con “es una señorita”, casi tenía trazado el plan de escape. Pero me asustó más pensar que era ella que el que viniese el hermano del marido. Venía casi vestida de Versace y pasó a la habitación con el aire de quien ha estado al otro lado de la puerta demasiadas veces, rozándome con su hombro al pasar. Otra dosis.
Ella sabía cómo conseguir la maleta. Me lo dijo cuando ya toda la habitación olía a nuestro sudor, cuando yo estaba tratando de quitarme la sensación de lodo de la boca y cuando ella abría las cortinas para que parte del Bósforo –la parte buena, la de las fotos que los cuñados te enseñan en el chalé a la hora en que quieres salir corriendo de su casa—nos echase en cara nuestra furia. Es decir, que en la cena se había dado cuenta de las dos cosas: del chispazo y de que sonsacaba al georgiano. Debí ser tan disimulado como un gringo en el centro de Kabul. Celebré la afición por el alcohol del georgiano. Y, visto con perspectiva, su gusto para las mujeres.
Era una historia que había visto u oído como quien lee las noticias sobre los accidentes de tráfico. Resultó que Mel era la esclava del georgiano. Y no me refiero a su bonita y sucia y complaciente esclava sexual. Era una esclava de verdad, residuo de la guerra, y el georgiano se la compró al tratante que la compró a su familia en algún lugar entre Batumi y Tbilisi. Y resulta que quería que la liberase de su amo. Era tan increíble que, por supuesto, di por hecho que era verdad. Y cuando miré en el fondo terrible, arrasado, de sus ojos me asomé a un pozo que me dijo que aquello era absurdamente cierto.
El plan era tan simple que casi era ridículo. Me invitarían a cenar, emborracharía al georgiano, cuidaría de que su hermano no estuviera en casa, cogeríamos la maleta y llegaríamos a ver a Nogales en dos o tres días. Nada de aviones ni de trenes. Yo me encargaría de pillar un coche en el aeropuerto Atatürk y, para despistar, iríamos primero a Sinope, compraríamos un barco y atravesaríamos el Mar Negro hasta Sulina. Allí, una parejita que quiere pasar un mes remontando el Danubio. Luego, Viena, donde casi me conocen como a Strauss, y luego veríamos. Ella tenía el pasaporte en regla y yo tengo tantas identidades como pelos en el brazo. Sin problemas.
Sólo que entre Sinope y Sulina (vaya, otro chiste), cuando amanecía, una planeadora nos seguía. Era el hermanísimo. Eso era olfato. Habíamos salido en dirección hacia el Noreste precisamente porque era lo menos lógico. Claro, que este georgiano bebía mucho menos que el otro y no nos subestimó. Bueno, en parte sí. Cuando nos abordó en la mierda de lancha de pescador que alquilamos con pescador dentro y todo, Mel le seccionó la yugular y le hizo tantas punzadas con su pequeño cuchillo mientras me estaba apuntando a la cabeza, que si yo hubiera sido la sangre me hubiera costado escoger un agujero para salir. Después tiramos al acerico al agua, y el pescador, que había estado escondido en la minúscula bodega del esquife, encendió una pipa y no volvió a decir palabra. Nosotros tampoco. Esa noche, a la vista de la desembocadura del Danubio, hicimos el amor en la misma bodega hasta que todo olía a nosotros.
Pues sí. Cuando Nogales me vio entrar con la maleta, no lo podía creer. Mel me había convencido para ir a las seis de la tarde, porque así lo habían dicho las cartas. Como había quedado citado con Nogales en Córdoba, casi ni me reí cuando me lo dijo. Y no quiso acompañarme. Ruiz me abrió la puerta con un poco de ceremonia, como un torilero. Sólo que su mirada decía que no estaba seguro de si estaba entrando el toro o el torero. Y mi expresión no le dio pistas. Entonces conté a Nogales la parte del plan que Mel y yo habíamos trazado en una mierda de restaurante español de Grénoble, casi en la Plaza del Tribunal cuya tortilla de patata era una omelette revuelta con chips y la copa de Veterano (Fetgán, como decía aquel alpino vestido como un Bandolero de las películas del tomatecolor) andaba por los veinte euros.
El caso es que Nogales no sabía un par de cosas. Que Mel era muy eficaz como vicepresidenta ejecutiva y que yo ahora encabezaba toda la red desde Barcelona hasta Budapest. A lo largo del viaje, Mel contó nuestra historia, un poco adornada, a los contactos del georgiano que pudimos localizar. Además de una lengua capaz de hacer abjurar al mismísimo San Pedro, Mel tenía una memoria prodigiosa. Así que el reclutamiento fue un éxito. Además, lo que habíamos hecho en Estambul le daba al georgiano una pátina de debilidad que a la gente de este negocio no le gusta un pelo. Así que de pronto volvíamos con un ejército y un territorio como para acojonar a Gengis Khan y Nogales tenía al final la cara de quien ha sido descubierto con un teleobjetivo a la puerta de un colegio de niñas, en gabardina.
A partir de ahí las buenas palabras y una especie de codirección de los negocios como a mi me gustaba: a mi ritmo, cobrar mucho y trabajar poco. Por algún motivo, sin embargo, Mel decidió quitarse de en medio. Decía que no quería saber nada de nada, y se fue quedando con sus velas a los santos, el tarot y visitas intermitentes a Albania, donde aún le quedaba algún pariente. Cuando le conté la tercera parte del plan, volví a asomarme al pozo de sus ojos. Pero no me dijo que no.
La cuestión es que nos faltaba la pata política, como Ruiz decía a menudo. Nogales era más de la vieja escuela, y se conformaba con comprar en el supermercado a las autoridades necesarias. Pero Ruiz veía más allá, y le di la razón. El próximo paso era entrar en política, y el único que sabía juntar dos palabras de más de tres sílabas sin necesitar escopolamina para el mareo era yo. Así que necesitábamos que mi identidad fuera la de un político conservador con todo el equipamiento.
Me casé. Con una piji de esas clónicas de cola de caballo a mechas, Lacoste rosa en los hombros y pendiente de perlita. Era una amiga de Ruiz que siempre había estado colada por mi y que jamás pensó en que no se casaría con un Borja o un José Mari, pero yo la ponía todo lo cachonda que una tía así se puede poner. Es decir, poco, pero suficiente. Cuando se encontró con Mel y todo lo que representaba ya estaba pillada. Mel hacía de jefa de gabinete de mi actividad pública y gozaba de entrada libre en casa. La piji tragó. Mejor. Teníamos contra su padre un expediente que podría guardarse casi fácilmente en la bodega de un Jumbo. Para Mel ni siquiera existía. Aunque no le gustó nada lo de mis dos hijos. Cada uno supuso un viajecito a Albania de seis meses y el ayuno subsiguiente.
Y ahora este tío me está apuntando con una Parabellum diciendo algo de Nogales. Y de Ruiz. No puedo entenderle. Le escucho como si yo estuviese en el fondo de una piscina y él me hablase desde el trampolín. Es un eco inmóvil, lejano. Sólo veo la tensión en su dedo índice cuando
-- ¿Ha sido rápido? –Mel se ajustaba el tirante del sujetador y no le dijo a Yevgeny que se sentara.
-- Sí, pero raro. Miraba al cañón de la pistola y dijo algo como Kempinsky, Nogales, maleta, pozo... ¿qué se yo? Raro – Yevgeni se encogió de hombros--, ni se inmutó cuando le dije que Nogales me había obligado a matarlo.
-- ¡Vaya! Y ¿Nogales y la piji? –Mel miraba ahora a Yevgeny desde el pozo. A éste le costó un momento rehacerse.
-- Nada: amantes, accidente, corrupción. Todo solucionado. Mañana lo leerás en los periódicos.
-- Vale. Dile a Stu que te pague –Mel esperó a que Yevgeny saliera del despacho. Sacó la maleta de debajo de la mesa y, de alguna manera, tuvo fuerzas para casi sonreir.
En realidad, no es miedo. Estoy viendo el cañón de la Parabellum que me apunta y no tengo miedo. Es una especie de flojedad, de sensación de absurdo, de ¿y ya está? ¿Así se muere uno? Es todo demasiado sencillo. Tan trivial como apretar el interruptor de la luz.
Ni siquiera tiene importancia que sea yo, en este momento, el que distingue el comienzo de las estrías espirales del ánima. Tiene su gracia que llamen ánima a la parte interna del cañón de un arma. Y que los misiles se lancen con cañones de ánima lisa y los proyectiles balísticos con cañones de ánima rayada. No recuerdo que Aristóteles hiciera esa distinción. Ahora el ánima me va a quitar el ánima. Sí que tiene su gracia.
No tengo nada en contra del tío que está detrás. Le conozco de algo. Me suena haberle visto en algún garito de Barcelona, a principios de los noventa, cuando la fiebre limpiadora y mès que mai. Quizá andaba colgado de alguna puta de las que echaron de los barrios finos para que los guiris no vieran más que las olimpiadas y fueran con putas de más pasta y a buenos hoteles, que todo recauda.
De todos modos, no es nadie. Por lo menos ahora ya no. Ni yo, claro. Cuando descubrí la maleta y supuse que habría para trescientas o cuatrocientas dosis sólo vi el color rosa de la pasta. Yo creo que el rosa le va mejor al dinero que el verde: el rosa es felicidad y el verde esperanza. O sea, que el verde representa la persecución y el rosa la llegada. Prefiero la llegada. Y prefiero no pensar en estas gilipolleces cuando el tío está a punto de apretar el gatillo. Total, no creo que las vaya a colgar en ningún blog: muertoporgilipollas.myspace.com
Ahora, eso sí. Que me quiten lo bailao. Me encantó tener a Nogales y a Ruiz lamiéndome el culo. Ahora que lo pienso, también me voy a ir sin saber lo que es eso sin metáforas. Ya no importa. El tío me está hablando. Y lo más gracioso es que cree que le escucho. Como si tuviera importancia lo que dice. Nogales, ha dicho Nogales. Claro, quién si no.
Se tuvo que cabrear de verdad cuando me vio aparecer con la maleta. Yo sabía por qué lo había hecho. En la organización yo estaba subiendo como la espuma, después del trabajito que hice para el viejo. Y cuando los médicos descubrieron que en el forro de los cojones llevaba un bultito de más, supongo que Nogales vio la oportunidad de sucederlo.
A mi realmente nunca me interesó heredar al viejo. Cada uno sabe hacer lo que sabe hacer, y nunca pensé en llegar más arriba. Más abajo te putean, y más arriba, entre la pasma, los colegas que buscan ampliar negocio y el estrés de la dirección, pues no es vida. Siendo un segundón estaba bien cubierto de pasta, me reservaban las mejores tías de los garitos más cool de media Europa y casi no tenía responsabilidades. Y con los plazos y los métodos a mi medida.
Esto, claro, Nogales no lo sabe. Y no hay peor enemigo que el que cree que él lo es tuyo. Porque ni piensas en adelantarte y cepillártelo ni te cubres las espaldas. Así que sorprendido-sorprendido no estoy, pero lo cierto es que me ha pillado como a un imbécil.
Por eso creo que le sentó mal verme aparecer. Estaba convencido de que el Cáucaso y los chicos georgianos –tan susceptibles-- haría el trabajo por él. Y va y no. Claro, que Nogales siempre creyó que yo soy un simplón, o algo peor. Tomé la táctica contraria a la que esperaba: fui a ver directamente al georgiano. A ver cómo respiraba. Me alojé en el Kempinsky. Hice el papeleo con el mismo turco-alemán –se les distingue porque no llevan bigote, a diferencia de los naturales del país-- que lleva tres años haciendo el turno de noche. Fingió reconocerme, como debe ser, aunque los dos sabíamos que yo sé que mi nombre aparece en el cacharro.
Lo que me gusta de ese hotel es que es una copia del palacio de Sissí en lo externo y tiene alma (es decir, ánima: sí que tiene gracia) decadente, un aire de Muerte en Venecia. Pero la de Visconti, no la de Mann. Bueno, eso y que a la habitación, en vez de un botones lleno de granos te suben dos azafatas llenas de piernas. Además, podía dejarme ver por el antiguo barrio rumí, donde están los buenos restaurantes de pescado y por las casitas residenciales de Arnavutköy, donde el georgiano tenía su base occidental y creo que algo de familia lejana.
El caso es que tuve la intuición de que andaría por allí y acerté. Agradecí el sentido de familia que tienen los georgianos. Porque cuando quedamos en el Kalamar –es típico el tío—para cenar se llevó a su mujer y a su hermano. La mujer... Estuve media cena dando gracias por ser el espermatozoide más rápido de la bolsa, porque ahora más que nunca sé que nací para llegar a ver esa maravilla. La otra media, pensando en que el georgiano no se la merecía. Y el postre, en cómo iba a poder hablar con ella –si hablaba un idioma humano—sin temblar y de qué.
Tuve una suerte loca, porque el georgiano se emborrachaba por momentos y porque ella hablaba francés. Un idioma que no conocía él, pero yo sí. Hablamos de tonterías: de viajes, de sitios donde habíamos estado ambos, de museos y de los bares de Estambul donde se podía beber alcohol, que son muchos más de los que conocen los turistas. Luego estaba la otra conversación: la de sus ojos entre grises y violáceos, negros como la túnica de la muerte. Estaba claro que la había visto de cerca. Y una tercera conversación: la del georgiano poniendo a caer de un burro a Nogales y a sus muchachos porque habían hecho una chapucilla en Ankara que le había salpicado y le llevó a volver a Georgia a toda pastilla pasando por territorio kurdo, lo que traducido es que hizo kilómetros vendiendo las tres o cuatro pipas que llevaba encima a lomos de mulas a seis bajo cero. Era para estar de mala leche, desde luego.
Eran muchas conversaciones a la vez, pero yo y mi té nos estábamos manteniendo más o menos cuando ella me rozó la mano. Y ahí fue cuando con una bolita de cristal tenía que haber visto el cañón que me apunta ahora. Lástima que mi intuición y mis sentidos ya habían ido debilitándose y andaban a esas alturas por la mitad del tronco, y bajando. Visto ahora, sé que fue un roce casual, buscando la misma servilleta o apartando una cucharilla, no recuerdo el detalle concreto. Pero fue como una descarga en la que un chispazo contuviese todos los viajes psicotrópicos, todos los orgasmos, dejándome una quemadura tan descomunal que estuve unos segundos tapándome el lugar: creía sinceramente que la huella del contacto podía verse y temía que la viera el georgiano. Ella sonrió. Joder, yo creo que lo supo.
Para que aquello cicatrizase, volví a tratar de sonsacar al georgiano, ahora que su hermano se había ido a la barra para otear las visitas indeseables. La tenía, claro, pero la última persona que iba a ver la maleta iba a ser Nogales. No en esta vida. De hecho, dormía sobre la maleta, decía, más a menudo que sobre ella, y señalaba a la mujer. Se rió de su chiste más que nosotros y volvió a tragar de la que yo creo que ya era la tercera petaca que sacaba. Realmente, el georgiano era un tío con sed.
Haciendo un balance rápido, me di cuenta de que tenía dos cosas que quería, de tres. Tenía la información, tenía buen rollo con el georgiano y no tenía a Mel. La mujer se llamaba Mel. Y era medio rumana, medio gitana, medio albanesa y medio vete a saber cuántos aportes genéticos más. Por razones oscuras, emigró a georgia con familiares suyos, desalojados por los kosovares. Y por razones más claras se convirtió en la mejor oferta, y la más cara, de un servicio para gente que buscaba buena compañía a precios nada razonables. Y cobraba un suplemento porque sabe leer las cartas y algunos otros trucos, como me dijo ella más tarde.
A la noche siguiente, cuando me preparaba para orbitar un poco por Besiktas, me llamó el turco sin bigote y me dijo que alguien quería verme. Como hizo una pausa larga hasta completar la frase con “es una señorita”, casi tenía trazado el plan de escape. Pero me asustó más pensar que era ella que el que viniese el hermano del marido. Venía casi vestida de Versace y pasó a la habitación con el aire de quien ha estado al otro lado de la puerta demasiadas veces, rozándome con su hombro al pasar. Otra dosis.
Ella sabía cómo conseguir la maleta. Me lo dijo cuando ya toda la habitación olía a nuestro sudor, cuando yo estaba tratando de quitarme la sensación de lodo de la boca y cuando ella abría las cortinas para que parte del Bósforo –la parte buena, la de las fotos que los cuñados te enseñan en el chalé a la hora en que quieres salir corriendo de su casa—nos echase en cara nuestra furia. Es decir, que en la cena se había dado cuenta de las dos cosas: del chispazo y de que sonsacaba al georgiano. Debí ser tan disimulado como un gringo en el centro de Kabul. Celebré la afición por el alcohol del georgiano. Y, visto con perspectiva, su gusto para las mujeres.
Era una historia que había visto u oído como quien lee las noticias sobre los accidentes de tráfico. Resultó que Mel era la esclava del georgiano. Y no me refiero a su bonita y sucia y complaciente esclava sexual. Era una esclava de verdad, residuo de la guerra, y el georgiano se la compró al tratante que la compró a su familia en algún lugar entre Batumi y Tbilisi. Y resulta que quería que la liberase de su amo. Era tan increíble que, por supuesto, di por hecho que era verdad. Y cuando miré en el fondo terrible, arrasado, de sus ojos me asomé a un pozo que me dijo que aquello era absurdamente cierto.
El plan era tan simple que casi era ridículo. Me invitarían a cenar, emborracharía al georgiano, cuidaría de que su hermano no estuviera en casa, cogeríamos la maleta y llegaríamos a ver a Nogales en dos o tres días. Nada de aviones ni de trenes. Yo me encargaría de pillar un coche en el aeropuerto Atatürk y, para despistar, iríamos primero a Sinope, compraríamos un barco y atravesaríamos el Mar Negro hasta Sulina. Allí, una parejita que quiere pasar un mes remontando el Danubio. Luego, Viena, donde casi me conocen como a Strauss, y luego veríamos. Ella tenía el pasaporte en regla y yo tengo tantas identidades como pelos en el brazo. Sin problemas.
Sólo que entre Sinope y Sulina (vaya, otro chiste), cuando amanecía, una planeadora nos seguía. Era el hermanísimo. Eso era olfato. Habíamos salido en dirección hacia el Noreste precisamente porque era lo menos lógico. Claro, que este georgiano bebía mucho menos que el otro y no nos subestimó. Bueno, en parte sí. Cuando nos abordó en la mierda de lancha de pescador que alquilamos con pescador dentro y todo, Mel le seccionó la yugular y le hizo tantas punzadas con su pequeño cuchillo mientras me estaba apuntando a la cabeza, que si yo hubiera sido la sangre me hubiera costado escoger un agujero para salir. Después tiramos al acerico al agua, y el pescador, que había estado escondido en la minúscula bodega del esquife, encendió una pipa y no volvió a decir palabra. Nosotros tampoco. Esa noche, a la vista de la desembocadura del Danubio, hicimos el amor en la misma bodega hasta que todo olía a nosotros.
Pues sí. Cuando Nogales me vio entrar con la maleta, no lo podía creer. Mel me había convencido para ir a las seis de la tarde, porque así lo habían dicho las cartas. Como había quedado citado con Nogales en Córdoba, casi ni me reí cuando me lo dijo. Y no quiso acompañarme. Ruiz me abrió la puerta con un poco de ceremonia, como un torilero. Sólo que su mirada decía que no estaba seguro de si estaba entrando el toro o el torero. Y mi expresión no le dio pistas. Entonces conté a Nogales la parte del plan que Mel y yo habíamos trazado en una mierda de restaurante español de Grénoble, casi en la Plaza del Tribunal cuya tortilla de patata era una omelette revuelta con chips y la copa de Veterano (Fetgán, como decía aquel alpino vestido como un Bandolero de las películas del tomatecolor) andaba por los veinte euros.
El caso es que Nogales no sabía un par de cosas. Que Mel era muy eficaz como vicepresidenta ejecutiva y que yo ahora encabezaba toda la red desde Barcelona hasta Budapest. A lo largo del viaje, Mel contó nuestra historia, un poco adornada, a los contactos del georgiano que pudimos localizar. Además de una lengua capaz de hacer abjurar al mismísimo San Pedro, Mel tenía una memoria prodigiosa. Así que el reclutamiento fue un éxito. Además, lo que habíamos hecho en Estambul le daba al georgiano una pátina de debilidad que a la gente de este negocio no le gusta un pelo. Así que de pronto volvíamos con un ejército y un territorio como para acojonar a Gengis Khan y Nogales tenía al final la cara de quien ha sido descubierto con un teleobjetivo a la puerta de un colegio de niñas, en gabardina.
A partir de ahí las buenas palabras y una especie de codirección de los negocios como a mi me gustaba: a mi ritmo, cobrar mucho y trabajar poco. Por algún motivo, sin embargo, Mel decidió quitarse de en medio. Decía que no quería saber nada de nada, y se fue quedando con sus velas a los santos, el tarot y visitas intermitentes a Albania, donde aún le quedaba algún pariente. Cuando le conté la tercera parte del plan, volví a asomarme al pozo de sus ojos. Pero no me dijo que no.
La cuestión es que nos faltaba la pata política, como Ruiz decía a menudo. Nogales era más de la vieja escuela, y se conformaba con comprar en el supermercado a las autoridades necesarias. Pero Ruiz veía más allá, y le di la razón. El próximo paso era entrar en política, y el único que sabía juntar dos palabras de más de tres sílabas sin necesitar escopolamina para el mareo era yo. Así que necesitábamos que mi identidad fuera la de un político conservador con todo el equipamiento.
Me casé. Con una piji de esas clónicas de cola de caballo a mechas, Lacoste rosa en los hombros y pendiente de perlita. Era una amiga de Ruiz que siempre había estado colada por mi y que jamás pensó en que no se casaría con un Borja o un José Mari, pero yo la ponía todo lo cachonda que una tía así se puede poner. Es decir, poco, pero suficiente. Cuando se encontró con Mel y todo lo que representaba ya estaba pillada. Mel hacía de jefa de gabinete de mi actividad pública y gozaba de entrada libre en casa. La piji tragó. Mejor. Teníamos contra su padre un expediente que podría guardarse casi fácilmente en la bodega de un Jumbo. Para Mel ni siquiera existía. Aunque no le gustó nada lo de mis dos hijos. Cada uno supuso un viajecito a Albania de seis meses y el ayuno subsiguiente.
Y ahora este tío me está apuntando con una Parabellum diciendo algo de Nogales. Y de Ruiz. No puedo entenderle. Le escucho como si yo estuviese en el fondo de una piscina y él me hablase desde el trampolín. Es un eco inmóvil, lejano. Sólo veo la tensión en su dedo índice cuando
-- ¿Ha sido rápido? –Mel se ajustaba el tirante del sujetador y no le dijo a Yevgeny que se sentara.
-- Sí, pero raro. Miraba al cañón de la pistola y dijo algo como Kempinsky, Nogales, maleta, pozo... ¿qué se yo? Raro – Yevgeni se encogió de hombros--, ni se inmutó cuando le dije que Nogales me había obligado a matarlo.
-- ¡Vaya! Y ¿Nogales y la piji? –Mel miraba ahora a Yevgeny desde el pozo. A éste le costó un momento rehacerse.
-- Nada: amantes, accidente, corrupción. Todo solucionado. Mañana lo leerás en los periódicos.
-- Vale. Dile a Stu que te pague –Mel esperó a que Yevgeny saliera del despacho. Sacó la maleta de debajo de la mesa y, de alguna manera, tuvo fuerzas para casi sonreir.
Pero, ¿a mí qué me importa que Palin sea creacionista?
Pues me importa.
Vivimos en una época en la que todo parece que vale, que cuela, que mola o no mola por olfato, por constricción o por absorción. Algunos dicen que alucinógena. Ojalá. Los que estuvimos allí sabemos que no hay más paraísos que los del hongo, y limitábamos las estupideces a una velada larga y llena de Echoes o de interminables baladas.
Pero ahora no hacen falta sustancias, ni Autes. Ahora vale con tomar una opción que rente electoral, física, económicamente. Lo último: que un político, sea cual sea su género, pueda decir a sus súbditos transcontinentales que se declara "creacionista". Esta estupidez es del mismo tamaño que si Zapatero (estoy por no darle ideas) u otros zotes del faescismo (éstos sólo tienen una) que nos invade se declarasen, por ejemplo heliocentristas. De hecho, podríamos algunos exigir que se enseñase a los alumnos obligatoriamente, la transmutación del Espíritu de Hermes en lugar de la química del mercurio. Total... da igual, ¿no?
Es verdad que Mss. Palin vive en un país que ha atribuído el desastre del Katrina o el 11-S a la intervención de la mano divina, cabreada, junto con su Poseedor, por el aborto y las bodas gays. Y la gente que ha declarado estas sandeces no está recluida en una cabaña cajún, detenida en el siglo XVI: son reverendos y líderes que aparecen en multitud de programas televisados, que llevan tras de sí a multitud de seguidores --y su dinero-- y cuentan con medios de comunicación propios y lobbies influyentes.
Pero tambien es verdad que Mss. Palin lleva mejor camino de lo que los europeos quieren para ser la virreina del Imperio que ahora nos somete. Y yo pregunto: ¿Querríamos un Gobierno que defendiese y obligase a tomar como opción académica la planitud de la Tierra, la existencia del éter o la prohibición de comer habas para no devorar el alma de nuestros antepasados?
La respuesta: no parece que estemos muy lejos. ¿A que no?
Vivimos en una época en la que todo parece que vale, que cuela, que mola o no mola por olfato, por constricción o por absorción. Algunos dicen que alucinógena. Ojalá. Los que estuvimos allí sabemos que no hay más paraísos que los del hongo, y limitábamos las estupideces a una velada larga y llena de Echoes o de interminables baladas.
Pero ahora no hacen falta sustancias, ni Autes. Ahora vale con tomar una opción que rente electoral, física, económicamente. Lo último: que un político, sea cual sea su género, pueda decir a sus súbditos transcontinentales que se declara "creacionista". Esta estupidez es del mismo tamaño que si Zapatero (estoy por no darle ideas) u otros zotes del faescismo (éstos sólo tienen una) que nos invade se declarasen, por ejemplo heliocentristas. De hecho, podríamos algunos exigir que se enseñase a los alumnos obligatoriamente, la transmutación del Espíritu de Hermes en lugar de la química del mercurio. Total... da igual, ¿no?
Es verdad que Mss. Palin vive en un país que ha atribuído el desastre del Katrina o el 11-S a la intervención de la mano divina, cabreada, junto con su Poseedor, por el aborto y las bodas gays. Y la gente que ha declarado estas sandeces no está recluida en una cabaña cajún, detenida en el siglo XVI: son reverendos y líderes que aparecen en multitud de programas televisados, que llevan tras de sí a multitud de seguidores --y su dinero-- y cuentan con medios de comunicación propios y lobbies influyentes.
Pero tambien es verdad que Mss. Palin lleva mejor camino de lo que los europeos quieren para ser la virreina del Imperio que ahora nos somete. Y yo pregunto: ¿Querríamos un Gobierno que defendiese y obligase a tomar como opción académica la planitud de la Tierra, la existencia del éter o la prohibición de comer habas para no devorar el alma de nuestros antepasados?
La respuesta: no parece que estemos muy lejos. ¿A que no?
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