Ignoro si la prensa, habitualmente tan torpe para dar noticias de la Santa Sede como ésta a la hora de comunicar su mensaje, ha reseñado en su contenido correcto y en su contexto. Seguramente no. Pero no puedo resistir la tentación de comentar algunas palabras que he escuchado textualmente en algunos informativos italianos. Y las homilías del Papa durante la inauguración del Sínodo de Obispos me han dejado perplejo cuando ha achacado la crisis económica global “a esta sociedad que ha matado a Dios”, etc...
A mí este Papa me tiene un poco confundido. Y escamado. Normalmente me escama la gente que ha sido Inquisidor General, pero esto es un prejuicio muy particular. No obstante, comprendo su preocupación fundamentalista, es decir, su vuelta a los fundamentos. La misa, de culo y en latín. La Biblia, al pie de la letra. Los sacramentos, como Dios –y él—manda. Todo eso lo puedo entender porque en tiempos de zozobra y amenaza la primera tentación es volver a los orígenes. Parece que para él y para su antecesor la Iglesia perdió su identidad en el Concilio Vaticano II, se mezcló con rojos y hippies, alimentó el sueño de los laicos de guiar las corrientes pastorales al unísono con el signo de los tiempos y así perdió su verdadera identidad. Eso lo entiendo, porque vendría a ser como esas parejas que tratan de suturar su amor tratando de revivir la noche de bodas en una imposible segunda luna de miel.
Lo que no comprendo es que esto le valga para todo. Para analizar la crisis económica, para hablar de las nuevas tecnologías, para criticar las relaciones sociales nacidas en el marco de la comunicación global... Me pregunto si pide el café reafirmando las decretales de Trento.
Tampoco veo mucho el que achaque los problemas contemporáneos a una sociedad que ha “matado a Dios”. Me parece que el problema que tiene la fe católica es de márketin o, más precisamente, de cuota de mercado. La gente no parece que crea menos en Dios. Lo que parece es que la marca Católico Apostólico Romano está fracasando, es decir: la gente no cree menos en Dios, sólo que ae ha apuntado a otros o a otras modalidades (pienso que el producto inicial viene a ser el mismo). Es más: hay religiones que incluso consiguen que sus fieles se inmolen en el nombre de su dios, cosa que la Iglesia Católica no ve desde sus viejos buenos tiempos.
¿Y si el Dios católico volviese a ser el dios de los pobres? ¿Y si fuera el Dios de Misericordia que tantos católicos creen que es, independientemente de lo que opine la Suprema? ¿Y si criticase con tanta fiereza como Juan Pablo II un sistema económico que hace más ricos a los ricos y más miserables a todos los demás? ¿Y si apoyase la labor de tanta gente comprometida, en su nombre, con los necesitados, los enfermos, los excluídos?
Claro que anatematizar a banqueros y políticos es mucho más complicado que bramar contra intelectuales, curas de apie y filósofos. Y más barato.
Addenda.
Hace poco nombraron al “Jefe”, como lo llamó un colega, del Poder Judicial, que se bendijo a sí mismo vía Rouco en una misa oficial. Preguntado nuestro Ministro de Justicia, en la SER, dijo algo así como “yo respeto su creencia y ésta no tiene por qué afectar a su trabajo. Como mi laicidad no tiene por qué interferir en el mío”. Más o menos.
A mí este Papa me tiene un poco confundido. Y escamado. Normalmente me escama la gente que ha sido Inquisidor General, pero esto es un prejuicio muy particular. No obstante, comprendo su preocupación fundamentalista, es decir, su vuelta a los fundamentos. La misa, de culo y en latín. La Biblia, al pie de la letra. Los sacramentos, como Dios –y él—manda. Todo eso lo puedo entender porque en tiempos de zozobra y amenaza la primera tentación es volver a los orígenes. Parece que para él y para su antecesor la Iglesia perdió su identidad en el Concilio Vaticano II, se mezcló con rojos y hippies, alimentó el sueño de los laicos de guiar las corrientes pastorales al unísono con el signo de los tiempos y así perdió su verdadera identidad. Eso lo entiendo, porque vendría a ser como esas parejas que tratan de suturar su amor tratando de revivir la noche de bodas en una imposible segunda luna de miel.
Lo que no comprendo es que esto le valga para todo. Para analizar la crisis económica, para hablar de las nuevas tecnologías, para criticar las relaciones sociales nacidas en el marco de la comunicación global... Me pregunto si pide el café reafirmando las decretales de Trento.
Tampoco veo mucho el que achaque los problemas contemporáneos a una sociedad que ha “matado a Dios”. Me parece que el problema que tiene la fe católica es de márketin o, más precisamente, de cuota de mercado. La gente no parece que crea menos en Dios. Lo que parece es que la marca Católico Apostólico Romano está fracasando, es decir: la gente no cree menos en Dios, sólo que ae ha apuntado a otros o a otras modalidades (pienso que el producto inicial viene a ser el mismo). Es más: hay religiones que incluso consiguen que sus fieles se inmolen en el nombre de su dios, cosa que la Iglesia Católica no ve desde sus viejos buenos tiempos.
¿Y si el Dios católico volviese a ser el dios de los pobres? ¿Y si fuera el Dios de Misericordia que tantos católicos creen que es, independientemente de lo que opine la Suprema? ¿Y si criticase con tanta fiereza como Juan Pablo II un sistema económico que hace más ricos a los ricos y más miserables a todos los demás? ¿Y si apoyase la labor de tanta gente comprometida, en su nombre, con los necesitados, los enfermos, los excluídos?
Claro que anatematizar a banqueros y políticos es mucho más complicado que bramar contra intelectuales, curas de apie y filósofos. Y más barato.
Addenda.
Hace poco nombraron al “Jefe”, como lo llamó un colega, del Poder Judicial, que se bendijo a sí mismo vía Rouco en una misa oficial. Preguntado nuestro Ministro de Justicia, en la SER, dijo algo así como “yo respeto su creencia y ésta no tiene por qué afectar a su trabajo. Como mi laicidad no tiene por qué interferir en el mío”. Más o menos.
Sr. Ministro: laico no es el practicante. Es el miembro de la grey que no ha adoptado hábitos ni órdenes. El juez en cuestión es tan laico como usted. La sociedad laica no tiene por qué ser arreligiosa. Lo que tiene que hacer es velar porque los poderes del Estado no lo sean. Y otra cosa: personalmente creo que hay que respetar y defender el derecho de todo creyente a sostener sus creencias y a llevarlas a la práctica, mientras éstas no conculquen la Ley. Pero la creencia en sí misma no tengo por qué respetarla en absoluto. Faltaría más. Como para respetar el ideario nacional-socialista, por ejemplo.
1 comentario:
Brillante entrada. Absolutamente de acuerdo contigo. Luego te sigo leyendo que me voy a misa...;)
Muchos besos
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